Después de leer Los trabajos de Persiles y Sigismunda, obra póstuma de Miguel de Cervantes, sólo digo que es un libro maravilloso. Es un sublime conjunto de historias y de perlas de sabiduría. En efecto, como el mismo Cervantes ya sabía, podría extraerse una hermosa colección de aforismos de esta novela (y en general, de toda su obra, como ya hizo el hispanista turinés Aldo Ruffinatto en su Flor de aforismos peregrinos, publicada en 1995). No menos, el Persiles es una exaltación de los viajes por el puro placer de viajar, como lo es también el placer de leer libros. Leer y viajar, pero también escribir, fueron ocupaciones constantes de Cervantes (también los negocios y el juego de naipes), y estos Trabajos son la suma de una vida, en que no es difícil descubrir el componente autobiográfico. La peregrinación es propia del hombre, sufriendo y gozando las aventuras, como la vida misma, y por eso Los trabajos de Persiles y Sigismunda nos apasiona. No hemos llegado a Islandia ni a la isla de Tule, pero nos imaginamos en esa navegación.
Otra cosa es que hoy ya se haya perdido el sentido auténtico del viaje, como el auténtico placer de leer libros, y por eso cuesta tanto trabajo leer y comprender a Miguel de Cervantes. Un amigo, de regreso de Madrid, me contaba lo fácil que era andar por la gran ciudad (nosotros que somos de un pueblo grande como es Sevilla). Con el google basta indicar "cómo se va a la plaza de Antón Martín", para que la pantalla te diga en el mapa cómo callejear desde cualquier esquina. Así se explica que los turistas chinos, japoneses y coreanos andan por las calles de nuestras ciudades como Pedro por su casa, sin necesidad de preguntar nada a nadie: lo tienen todo, todo, explicado en la pantalla de su smartphone. A su lado, yo casi sigo en la edad de piedra, y pienso que ya se ha olvidado el discreto encanto de perderse en la ciudad desconocida, única manera de conocerla, pateándola, y preguntando a cualquiera: "Perdone, señor (o señora, o joven), ¿cómo se llega a la plaza mayor?". Nunca se me olvidará mi juvenil vagabundeo por las calles de París, en los tiempos de antes del google. Algunos parisinos hacían buena su fama de antipáticos, y nada más que amagaba con preguntarles una dirección, me volvían la cabeza. Pero otros en cambio eran más amables. No se me olvidará jamás en la vida el cariño con que una mujer mayor (con edad de haber sufrido la guerra) me invitaba a conocer Les Vignes de Montmartre [lefigaro].
¿Qué diría Miguel de Cervantes de todo esto? Yo estoy convencido de que hoy nuestro príncipe de los ingenios sería un gran usuario de las nuevas tecnologías (como lo sería otro gran viajero de la antigüedad, Pablo de Tarso). De hecho, en el Persiles defiende los baedeker de su tiempo, las "guías turísticas" que tenía a mano. En el capítulo octavo del tercero libro [cervantesvirtual] se contiene el famoso apóstrofe de la ciudad de Toledo: "¡Oh peñascosa pesadumbre, gloria de España y luz de sus ciudades, en cuyo seno han estado guardadas por infinitos siglos las reliquias de los valientes godos, para volver a resucitar su muerta gloria y a ser claro espejo y depósito de católicas ceremonias! ¡Salve, pues, oh ciudad santa, y da lugar que en ti le tengan éstos que venimos a verte!".
Y a continuación, en palabras del mismo autor, la defensa de los libros de viajes: "las lecciones de los libros muchas veces hacen más cierta esperiencia de las cosas, que no la tienen los mismos que las han visto, a causa que el que lee con atención, repara una y muchas veces en lo que va leyendo, y el que mira sin ella no repara en nada, y con esto excede la lección a la vista".
En fin, recomiendo de verdad este libro maravilloso que son Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Después se puede seguir con la atractiva e innovadora biografía cervantina, del catedrático de la Complutense José Manuel Lucía Megías. Hasta hoy se han publicado dos volúmenes: La juventud de Cervantes. Una vida en construcción [edaf] y La madurez de Cervantes. Una vida en la corte [edaf]. El próximo septiembre se anuncia la última entrega: La plenitud de Cervantes [lanzadigital], lo que es una magnífica noticia para el planeta cervantino.
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Otra cosa es que hoy ya se haya perdido el sentido auténtico del viaje, como el auténtico placer de leer libros, y por eso cuesta tanto trabajo leer y comprender a Miguel de Cervantes. Un amigo, de regreso de Madrid, me contaba lo fácil que era andar por la gran ciudad (nosotros que somos de un pueblo grande como es Sevilla). Con el google basta indicar "cómo se va a la plaza de Antón Martín", para que la pantalla te diga en el mapa cómo callejear desde cualquier esquina. Así se explica que los turistas chinos, japoneses y coreanos andan por las calles de nuestras ciudades como Pedro por su casa, sin necesidad de preguntar nada a nadie: lo tienen todo, todo, explicado en la pantalla de su smartphone. A su lado, yo casi sigo en la edad de piedra, y pienso que ya se ha olvidado el discreto encanto de perderse en la ciudad desconocida, única manera de conocerla, pateándola, y preguntando a cualquiera: "Perdone, señor (o señora, o joven), ¿cómo se llega a la plaza mayor?". Nunca se me olvidará mi juvenil vagabundeo por las calles de París, en los tiempos de antes del google. Algunos parisinos hacían buena su fama de antipáticos, y nada más que amagaba con preguntarles una dirección, me volvían la cabeza. Pero otros en cambio eran más amables. No se me olvidará jamás en la vida el cariño con que una mujer mayor (con edad de haber sufrido la guerra) me invitaba a conocer Les Vignes de Montmartre [lefigaro].
¿Qué diría Miguel de Cervantes de todo esto? Yo estoy convencido de que hoy nuestro príncipe de los ingenios sería un gran usuario de las nuevas tecnologías (como lo sería otro gran viajero de la antigüedad, Pablo de Tarso). De hecho, en el Persiles defiende los baedeker de su tiempo, las "guías turísticas" que tenía a mano. En el capítulo octavo del tercero libro [cervantesvirtual] se contiene el famoso apóstrofe de la ciudad de Toledo: "¡Oh peñascosa pesadumbre, gloria de España y luz de sus ciudades, en cuyo seno han estado guardadas por infinitos siglos las reliquias de los valientes godos, para volver a resucitar su muerta gloria y a ser claro espejo y depósito de católicas ceremonias! ¡Salve, pues, oh ciudad santa, y da lugar que en ti le tengan éstos que venimos a verte!".
Y a continuación, en palabras del mismo autor, la defensa de los libros de viajes: "las lecciones de los libros muchas veces hacen más cierta esperiencia de las cosas, que no la tienen los mismos que las han visto, a causa que el que lee con atención, repara una y muchas veces en lo que va leyendo, y el que mira sin ella no repara en nada, y con esto excede la lección a la vista".
En fin, recomiendo de verdad este libro maravilloso que son Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Después se puede seguir con la atractiva e innovadora biografía cervantina, del catedrático de la Complutense José Manuel Lucía Megías. Hasta hoy se han publicado dos volúmenes: La juventud de Cervantes. Una vida en construcción [edaf] y La madurez de Cervantes. Una vida en la corte [edaf]. El próximo septiembre se anuncia la última entrega: La plenitud de Cervantes [lanzadigital], lo que es una magnífica noticia para el planeta cervantino.
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