13 julio 2018

Miguel de Cervantes y el Baedeker

Después de leer Los trabajos de Persiles y Sigismunda, obra póstuma de Miguel de Cervantes, sólo digo que es un libro maravilloso. Es un sublime conjunto de historias y de perlas de sabiduría. En efecto, como el mismo Cervantes ya sabía, podría extraerse una hermosa colección de aforismos de esta novela (y en general, de toda su obra, como ya hizo el hispanista turinés Aldo Ruffinatto en su Flor de aforismos peregrinos, publicada en 1995). No menos, el Persiles es una exaltación de los viajes por el puro placer de viajar, como lo es también el placer de leer libros. Leer y viajar, pero también escribir, fueron ocupaciones constantes de Cervantes (también los negocios y el juego de naipes), y estos Trabajos son la suma de una vida, en que no es difícil descubrir el componente autobiográfico. La peregrinación es propia del hombre, sufriendo y gozando las aventuras, como la vida misma, y por eso Los trabajos de Persiles y Sigismunda  nos apasiona. No hemos llegado a Islandia ni a la isla de Tule, pero nos imaginamos en esa navegación.

Otra cosa es que hoy ya se haya perdido el sentido auténtico del viaje, como el auténtico placer de leer libros, y por eso cuesta tanto trabajo leer y comprender a Miguel de Cervantes. Un amigo, de regreso de Madrid, me contaba lo fácil que era andar por la gran ciudad (nosotros que somos de un pueblo grande como es Sevilla). Con el google basta indicar "cómo se va a la plaza de Antón Martín", para que la pantalla te diga en el mapa cómo callejear desde cualquier esquina. Así se explica que los turistas chinos, japoneses y coreanos andan por las calles de nuestras ciudades como Pedro por su casa, sin necesidad de preguntar nada a nadie: lo tienen todo, todo, explicado en la pantalla de su smartphone. A su lado, yo casi sigo en la edad de piedra, y pienso que ya se ha olvidado el discreto encanto de perderse en la ciudad desconocida, única manera de conocerla, pateándola, y preguntando a cualquiera: "Perdone, señor (o señora, o joven), ¿cómo se llega a la plaza mayor?". Nunca se me olvidará mi juvenil vagabundeo por las calles de París, en los tiempos de antes del google. Algunos parisinos hacían buena su fama de antipáticos, y nada más que amagaba con preguntarles una dirección, me volvían la cabeza. Pero otros en cambio eran más amables. No se me olvidará jamás en la vida el cariño con que una mujer mayor (con edad de haber sufrido la guerra) me invitaba a conocer Les Vignes de Montmartre [lefigaro].

¿Qué diría Miguel de Cervantes de todo esto? Yo estoy convencido de que hoy nuestro príncipe de los ingenios sería un gran usuario de las nuevas tecnologías (como lo sería otro gran viajero de la antigüedad, Pablo de Tarso). De hecho, en el Persiles defiende los baedeker de su tiempo, las "guías turísticas" que tenía a mano. En el capítulo octavo del tercero libro [cervantesvirtual] se contiene el famoso apóstrofe de la ciudad de Toledo: "¡Oh peñascosa pesadumbre, gloria de España y luz de sus ciudades, en cuyo seno han estado guardadas por infinitos siglos las reliquias de los valientes godos, para volver a resucitar su muerta gloria y a ser claro espejo y depósito de católicas ceremonias! ¡Salve, pues, oh ciudad santa, y da lugar que en ti le tengan éstos que venimos a verte!".

Y a continuación, en palabras del mismo autor, la defensa de los libros de viajes: "las lecciones de los libros muchas veces hacen más cierta esperiencia de las cosas, que no la tienen los mismos que las han visto, a causa que el que lee con atención, repara una y muchas veces en lo que va leyendo, y el que mira sin ella no repara en nada, y con esto excede la lección a la vista".

En fin, recomiendo de verdad este libro maravilloso que son Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Después se puede seguir con la atractiva e innovadora biografía cervantina, del catedrático de la Complutense José Manuel Lucía Megías. Hasta hoy se han publicado dos volúmenes: La juventud de Cervantes. Una vida en construcción [edaf] y La madurez de Cervantes. Una vida en la corte [edaf]. El próximo septiembre se anuncia la última entrega: La plenitud de Cervantes [lanzadigital], lo que es una magnífica noticia para el planeta cervantino.

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05 julio 2018

Don Marcelino en El Jueves

Otro gran bibliófilo, artífice de la biblioteca que lleva su nombre en Santander [bmp], y director, hasta su muerte en 1912, de la Biblioteca Nacional [bn], es naturalmente don Marcelino Menéndez Pelayo. En su calidad de coleccionista de libros, tal vez sólo tenga como igual a don Hernando Colón, hijo del Almirante, sepultado en la catedral de Sevilla, del que recibimos, muy maltrecha de saqueos, la Biblioteca Colombina. Esta mañana hice acto de presencia en el mercado de la calle Feria, sin ver nada de particular (porque ya estamos en verano), si no fuese por un par de libritos de la colección "Austral" de Espasa-Calpe, que son mi debilidad. Uno es San Isidoro, Cervantes y otros estudios, de Marcelino Menéndez Pelayo. Selección y nota preliminar de José María de Cossío (Madrid, 1959, 4ª ed.). Contiene entre otros el estudio "Cultura literaria de Miguel de Cervantes y elaboración del Quijote", discurso leído en el Paraninfo de la Universidad Central en la solemne fiesta académica de 8 de mayo de 1905. Es interesante porque fue la ocasión en que don Marcelino se pronunció en público sobre Cervantes y el Quijote. Tiene la curiosidad de llevar un sello con su precio antiguo, "Pesetas 40". El otro austral es un tomo de la serie de Vidas paralelas de Plutarco, este contiene las de Cicerón y Demóstenes, y Demetrio y Antonio (Madrid, 1969, 4ª ed.). Otra curiosidad, es que lleva adherido sello de la librería Tarsis, de cuando estaba en la calle Méndez Núñez, 17, dando a la plaza Nueva. Ambos dos a un pavo. Con esto parece que me gradúo de coleccionista de los tomitos antiguos de la colección Austral, aunque a los que tengo más aprecio son los que me regalaron o compré de adolescente.

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04 julio 2018

El Persiles es para el verano

Cervantes nunca defrauda, leyendo cualquier parte de su varia obra, incluso sus poesías. Algunos veranos, pareciéndome que no tenía nada mejor que leer, me he llevado a los ojos el Quijote, que siempre divierte. Pero este verano ha sido la hora de Los trabajos de Persiles y Sigismunda, historia setentrional, su obra póstuma de 1617, que ya estoy leyendo. El Quijote es la novela popular, por la atracción irresistible de sus personajes protagonistas, auténtica creación universal, porque son un arquetipo del espíritu humano (el gordo y el flaco, o el clown listo y el payaso tonto, el augusto, o el rústico de las comedias antiguas..., y así sucesivamente). En comparación, el Persiles es un libro hiperclásico, destinado a un público lector distinguido (no ahorro advertencias para quien se plantee leerlo). El Quijote nos da la risa, el Persiles no, es más serio. Sin embargo, hay quienes piensan que el Persiles puede superar en excelsitud al mismo Quijote, por ser una obra artística sublime. Así que debe existir un secreto club de fans del Persiles, como lo habrá de otros clásicos de nuestra lengua que se tienen por difíciles, a los que me apunto, como es por ejemplo el Criticón del jesuíta Baltasar Gracián. Por ser de aventuras marítimas, el Persiles es una lectura refrescante del verano, leído al resguardo de los peligros de la mar. Yo me atrevería a afirmar que no se entenderá nunca nada bien el Quijote sin haber leído el Persiles, porque esta es novela donde se compendia y expresa a rienda suelta el arte literario de Miguel de Cervantes. Es, en síntesis, la literatura en estado puro, compuesta sin parar de relatos por el puro placer de contar historias. Esto es parte de nuestra naturaleza, desde que siendo niños nos contaban fábulas de brujas y monstruos para asustarnos benignamente. ¡Qué grande es Cervantes!

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