Desde la ventana del hotel, o cruzando un puente sobre el río Barada, se ve uno reconfortado por la visión del ángel tutelar de la vieja ciudad de Damasco: es el monte Casio. Su empinada ladera parece proyectarnos al cielo, a la eternidad. La contemplación del monte alzando la vista en una calle ruidosa, o la ascensión por carretera a su cornisa, y perder la mirada entre las torres de la ciudad, es una impresión inolvidable. Se siente uno cercano a las cosas santas en la falda del monte Casio.
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