31 agosto 2010

Lo sobrenatural y lo maravilloso


Igual me pegan si digo que no me ha gustado nada la última película de Leonardo DiCaprio, Origen (Inception, Christopher Nolan, 2010), un soberbio espectáculo para sobrellevar una tórrida tarde de verano. El primer cuarto de hora me fascinó, hasta que la película comienza a descender a algo parecido a una nueva aventura de cine de adolescentes (teen movies), con un romance inverosímil y plasta [DRAE, 5ª acepción], y un final tontuno... Pero es verdad que, reservándome los primeros trepidantes minutos de la cinta, a mí lo que me gustaría es incorporarme al equipo ése de DiCaprio de infiltrados en sueños ajenos. ¿Pero por qué?

Vuelvo a mi monotema, el Quijote. "Magias parciales del Quijote" es un célebre ensayo de Jorge Luís Borges, incluído en sus Otras inquisiciones (1952), que tiene la soberana virtud de explicar la novela en apenas cuatro páginas de libro de bolsillo. Dice allí: "Cervantes ha creado para nosotros la poesía de la España del siglo XVII, pero ni aquel siglo ni aquella España eran poéticas para él; hombres como Unamuno o Azorín o Antonio Machado, enternecidos ante la evocación de la Mancha, le hubieran sido incomprensibles. El plan de su obra le vedaba lo maravilloso; éste, sin embargo, tenía que figurar, siquiera de manera indirecta, como los crímenes y el misterio en una parodia de la novela policial. Cervantes no podía recurrir a talismanes o a sortilegios, pero insinuó lo sobrenatural de un modo sutil, y, por ello mismo, más eficaz."

Borges explica que esa insinuación de lo sobrenatural y lo maravilloso, nace de la contraposición de un mundo imaginario poético a un mundo real prosáico, y se manifiesta en la confusión de lo objetivo y lo subjetivo, el mundo del lector y el mundo del libro. Es un recurso narrativo antiquísimo, nacido con las fábulas (Pedro y el lobo), que satisface nuestra sed de historias maravillosas, y que regresa en filmes como éste de Origen.

Concluye Borges: "¿Por qué nos inquieta que el mapa esté incluido en el mapa y las mil y una noches en el libro de Las Mil y Una Noches? ¿Por qué nos inquieta que Don Quijote sea lector del Quijote y Hamlet espectador de Hamlet? Creo haber dado con la causa: tales inversiones sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos ser ficticios."

29 agosto 2010

De ironía cervantina

"—Engañado he vivido hasta aquí —respondió don Quijote—, que en verdad que pensé que era castillo, y no malo; pero pues es ansí que no es castillo, sino venta, lo que se podrá hacer por agora es que perdonéis por la paga, que yo no puedo contravenir a la orden de los caballeros andantes...
"—Poco tengo yo que ver en eso —respondió el ventero—. Págueseme lo que se me debe y dejémonos de cuentos ni de caballerías, que yo no tengo cuenta con otra cosa que con cobrar mi hacienda.
"—Vos sois un sandio y mal hostalero —respondió don Quijote.
"Y poniendo piernas a Rocinante y terciando su lanzón se salió de la venta sin que nadie le detuviese, y él, sin mirar si le seguía su escudero, se alongó un buen trecho."

El final de la historia (Quijote, I, 17) es que el pobre de Sancho Panza tuvo que pagar a su costa lo debido al ventero, del modo más humillante y risible, o como dice la ilustración de Walter Crane (1900): "how Sancho paid the reckoning".

A primera vista, Don Quijote se nos aparece como un mentecato, mente captus, un demente, incapaz, falto de juicio, y tonto en una palabra. Pero habla tan convencido, como cuando dice que los caballeros andantes nunca pagaron posada, que acabamos por rendirnos a sus razones.

El personaje de Don Quijote es el portavoz  de la ironía cervantina. Hoy Don Quijote sería el que emplease argumentos "políticamente correctos": un estúpido, en suma. Sus discursos van por un lado, y la realidad, que los desmiente, va por otro. La novela de El Quijote, donde las ventas no son castillos, ni nada es lo que parece (o le parece a Don Quijote), es así muy difícil, sutil, un punto escéptica.

No podemos tomarnos muy en serio, o en sentido recto, los razonamientos de este loco entreverado, sin al menos sospechar que Cervantes nos esté tomando el pelo, o que esté recordando al lector avisado que las cosas son de muy diverso modo al del discurso oficial. Esa es la ironía cervantina. Por eso se ha hecho proverbial en nuestro idioma el luchar contra molinos de viento, que es empeñarnos contra toda lógica en que el mundo ruede según nuestro parecer, y no como las cosas son.

28 agosto 2010

Padre padrone

"—...y está advertido de aquí adelante en una cosa, para que te abstengas y reportes en el hablar demasiado conmigo: que en cuantos libros de caballerías he leído, que son infinitos, jamás he hallado que ningún escudero hablase tanto con su señor como tú con el tuyo. Y en verdad que lo tengo a gran falta, tuya y mía: tuya, en que me estimas en poco; mía, en que no me dejo estimar en más. Sí, que Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, conde fue de la Ínsula Firme, y se lee dél que siempre hablaba a su señor con la gorra en la mano, inclinada la cabeza y doblado el cuerpo more turquesco. Pues ¿qué diremos de Gasabal, escudero de don Galaor, que fue tan callado, que, para declararnos la excelencia de su maravilloso silencio, sola una vez se nombra su nombre en toda aquella tan grande como verdadera historia? De todo lo que he dicho has de inferir, Sancho, que es menester hacer diferencia de amo a mozo, de señor a criado y de caballero a escudero. Así que desde hoy en adelante nos hemos de tratar con más respeto, sin darnos cordelejo, porque de cualquiera manera que yo me enoje con vos, ha de ser mal para el cántaro...
"—Mas bien puede estar seguro que de aquí adelante no despliegue mis labios para hacer donaire de las cosas de vuestra merced, si no fuere para honrarle, como a mi amo y señor natural.
"—Desa manera —replicó don Quijote— vivirás sobre la haz de la tierra, porque, después de a los padres, a los amos se ha de respetar como si lo fuesen."

(Quijote, I, 20).

Imagen: Cubierta de las memorias del mayordomo de la Casa Blanca, Alonzo Fields [Medford Historical Society]. Un precedente de las memorias del mayordomo del Caudillo, Juan Cobos Arévalo [enlace].

24 agosto 2010

Memorias de un mayordomo de Franco


El oficio de lacayo tiene mala prensa. El lacayo parece ser el paradigma del servilismo, la ruindad y el comportamiento rastrero, y así lo define el diccionario de la Academia [drae]. Se habla de estilo lacayuno. El lacayo es tipo de las letras clásicas (recuérdese al Tosilos), y tiene también espléndidos retratos fílmicos, como el del criado que fisgoneaba con desenvoltura en la correspondencia de su señor, master Moro (A man for all seasons, Fred Zinnemann, 1966). Con razón la de lacayo es hoy voz muy en desuso, prefiriéndose hablar de los mayordomos.

Uno de estos, Juan Cobos Arévalo, que lo fue nada menos que de la Casa Civil del General Franco, ha tenido la generosidad de contarnos sus recuerdos en un libro, La vida privada de Franco. Confesiones del monaguillo del Palacio de El Pardo (editorial Almuzara, 2009). En estos días de asueto de verano, lo he leído en tres sorbos. Amenísimo, escrito con mucha soltura, un lenguaje sobrio y castizo, y un arte narrativo impensable en un outsider de las letras.

La vida de Juan Cobos es semejante a la de muchos españolitos que vinieron al mundo en la posguerra española. Nacido en la Andalucía profunda, en Villanueva de Córdoba (1948), hijo de padre albañil con tacha de desafecto al régimen (dato importantísimo, como se verá), se educó de monaguillo, organista y cantor en una parroquia de su pueblo. Emigró de muchacho a Madrid, sin fortuna... Hizo "la mili" en el Regimiento de Transmisiones de El Pardo, lo que le llevó de chiripa a desempeñarse de acólito, o de "monaguillo" (como él prefiere) en los oficios religiosos del Oratorio Privado del Caudillo, en el Palacio de El Pardo. El joven Cobos cayó en gracia a Doña Carmen Polo, la esposa del Generalísimo, y así tuvo el golpe de suerte de ingresar en el cuerpo de mayordomos de Palacio, siendo de esta manera testigo presencial de los siete últimos años de la senectud del dictador (1968-1975).

Conviene avisar que el libro no es en absoluto panegírico, sino que casi a cada página muestra una total ausencia de misericordia con las flaquezas de Sus Excelencias (un matrimonio de octogenarios), y de su familia y corte, haciendo bueno el dicho de que "no hay gran hombre para su ayuda de cámara". Con todo, a mí me ha parecido que el personaje mejor parado de estas memorias es el mismísimo Francisco Franco, que el autor pinta como un anciano resignado, vencido por la edad y el parkinson, taciturno y acosado por su entorno doméstico. Un Franco "en bata de casa", que merienda leche con galletas, retratado como hombre, no como personaje.

Juan Cobos ha debido ser un mayordomo muy vivo. En su libro demuestra gran inteligencia y espíritu crítico, como en sus sarcásticas glosas (páginas 71-76) a las "Instrucciones para el personal que presta servicio en la Casa de S.E. el Generalísimo y Jefe del Estado", a las que califica de "Reglamento de Criados" puro y duro. Como confesiones que son, tendremos que pensar que el libro dice más entre líneas del propio autor, que de sus personajes. Su diana son Sus Excelencias, pero hay que estar atentos a los apuntes que va dejando caer a cada paso sobre los celos y rencillas soterrados (o manifiestos) del personal de la Casa, sin los cuales un relato de mayordomos no sería creíble, sencillamente.

El libro se lee como una novela, donde no hay aventuras sino la vida cotidiana de una pareja de viejos y de otros héroes y antihéroes, que todos recordamos por las revistas de papel couché. Aquí descubro en Cobos una vena jesuítica, en su constante censura de todo lo que le parecía mal en la Casa del Caudillo. Pero las páginas que me han dejado helado (pp. 287 ss.) son aquellas en las que narra su penúltimo acto de servicio, "saco a Franco a hombros de la Capilla Real", de las que merece la pena copiar estas líneas:

"A primeras horas de la mañana del día siguiente, 21 de noviembre de 1975, cuando apenas había salido el sol... seis, o quizá ocho compañeros, fuimos seleccionados por el Jefe de Servicios para sacar a hombros -"por la puerta grande"- al que durante tantos, tantísimos años, rigió férreamente -que viene de hierro frío- los destinos de España.
"En esta selección de compañeros, de cuyos nombres sólo recuerdo cuatro o cinco, tuve el honor de ser incluído. Me situé en la parte de la cabecera del ataúd, cargándolo sobre mi hombro izquierdo.
"No sé si era el peso del féretro o el peso del dictador, pero lo cierto es que el corto camino que hay desde el pie del altar mayor hasta la puerta principal de la Capilla, lugar donde estaba situado el coche fúnebre, fue como para no olvidarlo -yo que contaba en aquel entonces veintisiete años.
"En este trayecto del que hablo, pude interiormente susurrarle en mi imaginación al Caudillo, en su oído derecho, una pregunta: "¿Tan malo fue mi padre como para que lo mandaras a morirse casi de hambre, a un 'campo de concentración' de los tuyos, Punta Paloma (Cádiz)?". Seguro que, de haber podido, me hubiera contestado: "¡Sí, sí, es que era enemigo de España!"
"Claro, como España era él..."

Esos eran los sentimientos del autor, según los recuerda, cuenta y dice.

No digo yo que el modelo de las memorias de Juan Cobos vayan a ser las célebres conversaciones de Eckermann, ya que poca conversación hubo entre estos amos y criados. Pero sí que ocupan un puesto muy digno entre otros testimonios de personajes de segunda fila (dicho esto sin ánimo peyorativo) sobre la intimidad de gente importante. Puedo mencionar, que recuerde, el Retrato de un desconocido (1961), del cuñado de Azaña, Cipriano de Rivas Cherif; Aquellos años (1993), las memorias de Julio Feo, director de las campañas electorales de Felipe González (libro divertidísimo); el Don Juan (1994) de Luís María Anson, que más que un retrato de Don Juan de Borbón y Battenberg, según maledicentes, parece que lo fuese de su secretario, Don Pedro (Sainz Rodríguez); o, en fin, los que algunos amigos y colaboradores han dedicado a Adolfo Suárez, entre ellos (el título lo dice todo), Los que le llamábamos Adolfo (2008), de Luís Herrero (hijo del padrino político de Suárez, Herrero Tejedor).

Sobre Francisco Franco, el libro de referencia parece ser Mis conversaciones privadas con Franco (1976), de su primo el general Franco Salgado-Araujo. A su lado, el libro de Juan Cobos Arévalo puede que tenga, como historia, un interés escaso (si buscamos los grandes gestos o las ideas), pero un valor documental interesante, como crudo reflejo de la humanidad declinante del anciano Caudillo, o Dictador (según el punto de vista). En conjunto, el libro del mayordomo, o "monaguillo", Cobos es impagable, en especial para que los jóvenes procuren caer en la cuenta de que la historia la protagonizan hombres y mujeres como tú y como yo, no máscaras. Es un primer paso de comprensión.

[La fotografía, excelente testimonio histórico, y hasta psicográfico, "Sus Excelencias y Juan Cobos portando la palma de Franco en un Domingo de Ramos", incluída en la edición, es propiedad del autor].

El autor presenta su libro en la Cadena Ser: [Podcast].

04 agosto 2010

Laicidad positiva


"...Numerosas personas, también aquí en Francia, se han detenido para reflexionar acerca de las relaciones de la Iglesia con el Estado. Ciertamente, en torno a las relaciones entre campo político y campo religioso, Cristo ya ofreció el criterio para encontrar una justa solución a este problema al responder a una pregunta que le hicieron afirmando: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mc 12,17). La Iglesia en Francia goza actualmente de un régimen de libertad. La desconfianza del pasado se ha transformado paulatinamente en un diálogo sereno y positivo (...) Usted, Señor Presidente, utilizó la bella expresión “laicidad positiva” para designar esta comprensión más abierta. En este momento histórico en el que las culturas se entrecruzan cada vez más entre ellas, estoy profundamente convencido de que una nueva reflexión sobre el significado auténtico y sobre la importancia de la laicidad es cada vez más necesaria. En efecto, es fundamental, por una parte, insistir en la distinción entre el ámbito político y el religioso para tutelar tanto la libertad religiosa de los ciudadanos, como la responsabilidad del Estado hacia ellos y, por otra parte, adquirir una más clara conciencia de las funciones insustituibles de la religión para la formación de las conciencias y de la contribución que puede aportar, junto a otras instancias, para la creación de un consenso ético de fondo en la sociedad."

Viaje Apostólico a Francia con ocasión del 150 aniversario de las apariciones de Lourdes. Ceremonia de bienvenida. Encuentro con las autoridades del Estado. Discurso del Santo Padre Benedicto XVI (París, Palacio del Elíseo, viernes 12 de septiembre de 2008) [enlace].