19 septiembre 2010

Luz en la oscuridad

Ese lema del popular cosmólogo Carl Sagan, Science as a candle in the dark (la luz del conocimiento que disipa el error y el engaño), evoca las palabras del antiguo profeta: post tenebras spero lucem (Jb 17,12). Heráclito, entre los antiguos, reconocía en el fuego el principio o razón, logos, de todas las cosas: "contracambio de fuego las cosas todas y el fuego de todas ellas, tal como del oro las mercancías y de las mercancías el oro". El traductor de este fragmento heraclíteo, Agustín García Calvo, nos ofrece un valioso comentario: "que razón elija para sí misma este nombre de pyr o fuego (...) en el fuego se da, como en ninguna otra aparición de la realidad, la doble condición de, por un lado, ser una cosa sin ser ninguna, y, por otro, ser incapaz de permanencia alguna, tener como connatural consigo el movimiento y el cambio, y así poder servir como representante de las cosas en general y figuración de la génesis o proceso a que su realización separada las condena a todas" (Razón común, 1985).

Es llamativo que Santo Tomás de Aquino recurra con preferencia a estas "metáforas térmicas" para explicar la creación del Universo, hasta el punto que en la respuesta que examinamos (S.Th. 1 q.44 a.1), la repita machaconamente, con gusto: Omne quod quocumque modo est, a Deo est... sicut ferrum fit ignitum ab igne (...) sicut id quod maxime calidum est, est causa omnis caliditatis. Reconocía muy bien Tomás, como antes Heráclito, que los fenómenos térmicos y el movimiento browniano, son muy aptos para figurar los procesos de propagación y difusión, y de modo ejemplar la creatio ex nihilo como emanación de todas las cosas desde su principio creador.

En nuestro último comentario tomista [in principio] nos habíamos detenido, vacilantes, ante la explicación última que encuentra el Aquinate para demostrar que Dios es el principio de todas las cosas: "descubrimos que las cosas materiales tienen un orden de explicación de su razón de ser..." [Invenimus enim in istis sensibilibus esse ordinem causarum efficientium], "...pero no se descubre, ni es posible, que ninguna cosa pueda ser explicación de sí misma, pues entonces vendría a ser anterior a sí misma, lo que es imposible" [nec tamen invenitur, nec est possibile, quod aliquid sit causa efficiens sui ipsius; quia sic esset prius seipso, quod est impossibile] (S.Th. 1 q.2 a.3).

La dificultad de la demostración tomista, como advirtieron muchos, es que la via ex ratione causae efficientis parece conformarse a la explicación de los fenómenos intramundanos (como que la leche hierva si ponemos el cazo en la candela), pero no puede elevarse a principio explicativo de la creatio, que no pertenece al mundo de los fenómenos (in istis sensibilibus), sino que los trasciende por vía de negación (ex nihilo). No menos discutible es el regate al curso de las cosas (non autem est possibile quod in causis efficientibus procedatur in infinitum), insostenible en un Universo que concebimos como ilimitado. ¿Entonces, qué?

Volvamos al comienzo: in principio creavit Deus caelum et terram. La sabiduría bíblica se complace en enlazar, en sus primeras palabras, el nombre de Dios con el nombre del Universo, en relación de creador y criatura. Y entonces al conocimiento de Dios se accede por el conocimiento del Universo: Deum esse, secundum quod non est per se notum quoad nos, demonstrabile est per effectus nobis notos [S.Th.], lo que también nos enseña Pablo de Tarso (Rm 1) y es patente en la doctrina de los teólogos.

Pienso que una manera de resolver nuestra dificultad teológica sea asomarnos a la cosmología, donde el hilo tomista se hace un nudo: ¿Puede el Universo, el conjunto de todo, dar por sí mismo razón de su existencia? Como ya advertía uno de nuestros amigos, en comentario [enlace], las ciencias físicas también se sustentan en principios, en supuestos no probadosEs notable, por ejemplo, que la cosmología parte de presunciones no probadas: que el Universo a gran escala sea homogéneo (las leyes físicas que observamos aquí rigen también en regiones no observables del Universo) e isótropo (tiene la misma configuración, cualquiera que sea el punto de observación). Los saberes avanzan porque no se molestan en demostrar cada punto y coma y cada tilde de sus afirmaciones. Es un rasgo de eficiencia de la mente humana, que confía en sí misma.

La teología no es una excepción entre los saberes, y menos si en su fundamento (in principio) está connotada con la cosmología. Con toda legitimidad, igual que en el caso de la astrofísica, puede partir en sus razonamientos de principios no probados, porque el teólogo confía en su mente discursiva. No estoy sugiriendo que esos principios sean los artículos de la fe (credo in Deum Patrem...), pues de lo contrario la teología no tendría cometido alguno. Dice al respecto Santo Tomás: Deum esse, et alia huiusmodi quae per rationem naturalem nota possunt esse de Deo, ut dicitur Rom. I non sunt articuli fidei, sed praeambula ad articulos, sic enim fides praesupponit cognitionem naturalem, sicut gratia naturam, et ut perfectio perfectibile (S.Th. 1 q.2 a.2 ad 1).

Sólo puede negarse validez a la secunda via, arriba citada (porque se extralimite, atribuyendo al todo lo que es propio del curso causal de los fenómenos, o porque recorta gratuitamente la ilimitación de los procesos físicos), si se ignora el supuesto no probado de la teología, en la mente de Santo Tomás. Ese principio pudiera bien denominarse, a semejanza de la cosmología, el principio teológico de homogeneidad e isotropía: si mi mente reconoce el principio de causa efficientis in istis sensibilibus, debe ser igualmente válido para la "realidad teológica no observable" (non sensibile) que es Dios y su creación.

Este principio, no obstante, aparece expresamente formulado en la Suma Teológica de Santo Tomás, aunque sea una de esas presunciones de escuela que parece que debe darse por descontado. A la cuestión de si la imagen de Dios se encuentra en todo hombre (1 q.93 a.4) responde que el hombre se dice imagen de Dios por su razón [homo secundum intellectualem naturam ad imaginem Dei esse dicatur], por la que se puede hacer igual a Dios [Deum maxime imitari potest]. Y precisa que el hombre tiene aptitud natural para conocer y amar a Dios [homo habet aptitudinem naturalem ad intelligendum et amandum Deum], y esta aptitud está en nuestra mente [et haec aptitudo consistit in ipsa natura mentis, quae est communis omnibus hominibus]. Y recuerda al psalmita: signatum est super nos lumen vultus tui, domine.

El teólogo, entonces, dice que Dios es la razón del Universo, porque encuentra a Dios en su mente. Esto explica que el ateísmo sea un movimiento de resistencia mental, a lo que la mente naturalmente nos propone a todos. En el día que doy remate a esta nota (que espero continuar), me complace advertir las profundas concomitancias, en este cuestión, de Santo Tomás con los teólogos ingleses William Whewell [Stanford] y, en especial, John Henry Newman, que hoy ha sido proclamado beato de la Iglesia Católica en Inglaterra.

2 comentarios:

  1. Estoy todavía digiriendo el argumento. ¿Santo Tomás viene a decir que Dios es porque mi mente lo percibe? ¿Es una verdad universal? ¿Puede alguien no sentirlo? ¿La diferencia entre ser teísta o ateo reside entonces sólo en la voluntad?

    (Espero haber entendido + ó – bien tu disertación. Si no es así, ni pongas este comentario)

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  2. Miguel Ángel, tus preguntas me ayudan a detectar la flojera del argumento. Volveremos sobre ésto, tengo que meditarlo.

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