25 abril 2011

Sevilla, mañana de domingo de Resurrección

Una mañana espléndida la de este domingo de Resurrección en mi ciudad, que compensa los chaparrones de toda la Semana Santa. Cuenta la prensa que hacía 78 años (desde 1933) que no se suspendían las procesiones de la madrugada del Viernes Santo (la madrugá, según el pueblo). Este año, por riesgo de lluvia, no han salido de sus templos ninguna de las seis cofradías de madrugada: El Silencio, El Gran Poder, La Macarena, Calvario, La Esperanza de Triana y Los Gitanos. Pero tampoco desfilaron Los Estudiantes el martes santo, ni Pasión, que debió haber salido de su templo de la plaza de El Salvador al atardecer del Jueves Santo, ni tantas otras...

Quiero recordar que el domingo de Resurrección del año pasado, a eso del mediodía, estuve viendo pasar la procesión de El Resucitado al doblar las calles Sta. Ángela de la Cruz y Gerona, lo que es una "revirá" (así somos los sevillanos, que contamos y recordamos los años por cofradías). Pero esta vez he preferido visitar la librería de la calle Recaredo, en la Puerta Osario, donde de higo a breva encuentro algún librejo barato. En esta ocasión, un saldo de la Historia de la nación chichimeca (1640), de Fernando de Alva Ixtlilxochitl, fea edición en mal papel (qué se le va a hacer). Dirán que tengo gustos extravagantes, pero es que esta temporada estoy leyéndome la Historia verdadera de Bernal Díaz del Castillo, y empapándome de las cosas aztecas. Sinceramente, cuando leo las crónicas de la conquista de la Nueva España, se me encoge el corazón de pensar en el sufrimiento moral que, a más del físico, debieron pasar los aztecas que de un día para otro presenciaron el final de las tradiciones de sus mayores.

La historia es una tremenda sucesión de exterminios, como el que acabamos de conmemorar. Los testimonios de los antiguos, y los mismos evangelistas, recuerdan al procurador Poncio Pilato por su trato cruel a los judíos. El Nazareno fue uno más de tantos crucificados, castigos con el que los romanos infundían terror al pueblo sometido. Releyendo el relato de la Pasión, me ha estremecido oír la balandronada de Pilato (Jn 18,35): ¿acaso soy yo judío? Esta réplica arrogante me parece muy reveladora.

El desprecio al pueblo judío en los evangelios es un error óptico, que tiene que ver con el medio político en el que se han difundido los evangelios a través del tiempo. El odio a los judíos no es coherente con el cristianismo (sobre todo porque un 'cristiano' es un 'seguidor del Mesías de Israel'). Pilatos despreciaba al pueblo sometido porque era el gobernante romano de Judea; ¿pero tendremos entonces nosotros que tomar partido por Roma, por el César, por Pilato? Si así hicíesemos, diríamos, como los sumos sacerdotes que condujeron a Jesús al pretorio: ¡no tenemos más rey que el César! (Jn 19,15). Sin embargo, el pueblo judío exclamaba al paso de Jesús: ¡Bendito el que llega en nombre del Señor, el rey de Israel! (Jn 12,9). Cuando oímos las voces de los vencidos, el interrogatorio de Pilato cobra todo su sentido (Tu es rex Iudaeorum?). Poncio Pilato es el auténtico oponente del Mesías, un anticristo, y por eso le escupe a Jesús: "¿acaso soy judío?". El cristiano es hijo de Israel, no de Roma; aclama al Mesías, no al César ("omnis enim qui se regem facit, contradicit Caesari").

Al salir de la librería con el librito del mestizo Fernando de Alva Ixtlilxochitl bajo el brazo, volví sobre mis pasos y doblé la esquina en la Puerta Carmona. Subiendo la calle, al llegar a la altura de la iglesia de San Esteban, saludé en el umbral a algunos hermanos de la cofradía y entré a ver los pasos. La imagen sedente del Jesús de la Salud y Buen Viaje tampoco pudo salir por el arco ojival de su templo, el martes santo, por la cosa de la lluvia. En mi último post he comentado el pasaje del evangelio de Mateo 27,28 que dice que los soldados del pretorio desnudaron a Jesús y lo cubrieron con una clámide escarlata. Precisamente el Cristo de la hermandad de San Esteban se representa así; y como la fotografía que traigo es en blanco y negro, tampoco podremos dirimir si el manto de soldado era rojo o púrpura...

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3 comentarios:

  1. Con permiso, la comparativa entre ambos sojuzgamientos me parece muy cogida por los pelos.

    No conozco el libro de Fernando de Alva, pero sí el de Bernal, y sobre todo el del profesor mexicano Juan Miralles autor de "Hernán Cortés, inventor de Máxico".
    El pueblo azteca era el que tenía sojuzgado a resto de tribus menores, lo que ayudó a que éstas se aliaran con los conquistadores.
    Pero llama más la atención la rápida asimilación de los indígenas de las costumbres españolas, por no decir lo fácilmente que adoptaron una religión que no les imponía sacrificios humanos.



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  2. Sí, es correcto lo que dices. En cualquier caso es asombroso los golpes de fortuna y audacia que condujeron a Cortés a conquistar México.

    Sobre los sacrificios humanos (Bernal casi los presenció en directo, y algunos de los soldados de Cortés murieron sacrificados) es un tanto difícil de comprender. Lo comparo con las hogueras de la inquisición... aunque ya sé que esta es excusa fácil. El texto de Bernal es muy matizado (no insiste demasiado en las crueldades) y también es interesante observar la prudencia de los frailes que acompañaban a Cortés, recomendando que "por el momento" (el momento en que llegaban a tal o cual población) no se insistiese en predicar, de primer intento.

    Cuando pacificaban una población, lo primero que hacían los españoles era encalar la capilla de los sacrificios, y colocar una cruz.

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  3. Sobre Cortés, lo primero que leí en mi adolescencia fue el relato novelado de Salvador de Madariaga.

    La síntesis más equilibrada, y desapasionada, es la del historiador mexicano José Luís Martínez: "Hernán Cortés" (Fondo de Cultura Económica, 1990).

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