El domingo 18 de marzo, inesperadamente, ha muerto el padre José Enrique Ayarra, canónigo organista de la catedral de Sevilla. Lo conocía desde mi niñez. Ese mismo domingo ví anunciado en el periódico los conciertos de órgano de cuaresma, que se celebran en la catedral con entrada libre, incluída la interpretación del propio Ayarra. Yo pensé: ¡cuánto me gustaría ir a esos conciertos! y, mira, la providencia ha dispuesto que se nos muriese Ayarra a los ochenta años, sin cesar en sus laborales sacerdotales y de músico de iglesia. De manera imprevista, he tenido además el privilegio de asistir a las exequias celebradas en la catedral el martes 20 de marzo. Me he alegrado de encontrar publicada la homilia del arzobispo de Sevilla [ecclesia], de la que reproduzco estos párrafos:
"Don José Enrique nació en Jaca el 23 de abril de 1937. Iba cumplir, pues, 81 años. Después de cursar sus estudios en los Seminarios de Jaca, Vitoria y en la Universidad Pontificia de Salamanca, fue ordenado sacerdote el 3 de julio de 1960. Poseedor de todos los títulos posibles en el campo de la organística, alumno de los grandes profesores franceses y de los grandes músicos eclesiásticos españoles de la primera mitad del siglo XX, obtuvo por oposición en 1961 la plaza de organista titular de esta catedral, donde deja una imagen imborrable como organista eminente, seguramente el más importante de las catedrales españolas en la segunda mitad del siglo XX y en los inicios del nuevo milenio. Don José Enrique ha sido un organista extraordinario, pero también un excelente sacerdote. El día 14 de noviembre del año pasado, me visitó en mi despacho para entregarme una carta y un ejemplar de una memoria de su vida de sacerdote y de su quehacer organístico, en la que me manifiestaba estar en la etapa final de su carrera. Allí hacía memoria de todos sus títulos, premios y distinciones y de los 1111 conciertos tenidos en Sevilla, en España entera, en Italia, Estados Unidos, Francia, Alemania, Rusia, Polonia, Méjico, Japón y en los más diversos países del mundo. En esa ocasión me refirió que Juan Sebastián Bach, en la página final de cada partitura escribía estas iniciales SDG, Soli Deo Gloria. Me comentó también esta frase del gran músico alemán: “el único propósito de la música debería ser la gloria de Dios y la recreación del espíritu humano”, para confesarme después que antes de poner cada día sus dedos sobre el teclado, ofrecía al Señor su arte y le decía que con sus interpretaciones no buscaba otra cosa que su gloria."
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"Don José Enrique nació en Jaca el 23 de abril de 1937. Iba cumplir, pues, 81 años. Después de cursar sus estudios en los Seminarios de Jaca, Vitoria y en la Universidad Pontificia de Salamanca, fue ordenado sacerdote el 3 de julio de 1960. Poseedor de todos los títulos posibles en el campo de la organística, alumno de los grandes profesores franceses y de los grandes músicos eclesiásticos españoles de la primera mitad del siglo XX, obtuvo por oposición en 1961 la plaza de organista titular de esta catedral, donde deja una imagen imborrable como organista eminente, seguramente el más importante de las catedrales españolas en la segunda mitad del siglo XX y en los inicios del nuevo milenio. Don José Enrique ha sido un organista extraordinario, pero también un excelente sacerdote. El día 14 de noviembre del año pasado, me visitó en mi despacho para entregarme una carta y un ejemplar de una memoria de su vida de sacerdote y de su quehacer organístico, en la que me manifiestaba estar en la etapa final de su carrera. Allí hacía memoria de todos sus títulos, premios y distinciones y de los 1111 conciertos tenidos en Sevilla, en España entera, en Italia, Estados Unidos, Francia, Alemania, Rusia, Polonia, Méjico, Japón y en los más diversos países del mundo. En esa ocasión me refirió que Juan Sebastián Bach, en la página final de cada partitura escribía estas iniciales SDG, Soli Deo Gloria. Me comentó también esta frase del gran músico alemán: “el único propósito de la música debería ser la gloria de Dios y la recreación del espíritu humano”, para confesarme después que antes de poner cada día sus dedos sobre el teclado, ofrecía al Señor su arte y le decía que con sus interpretaciones no buscaba otra cosa que su gloria."
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