23 marzo 2018

José Enrique Ayarra: Soli Deo Gloria

El domingo 18 de marzo, inesperadamente, ha muerto el padre José Enrique Ayarra, canónigo organista de la catedral de Sevilla. Lo conocía desde mi niñez. Ese mismo domingo ví anunciado en el periódico los conciertos de órgano de cuaresma, que se celebran en la catedral con entrada libre, incluída la interpretación del propio Ayarra. Yo pensé: ¡cuánto me gustaría ir a esos conciertos! y, mira, la providencia ha dispuesto que se nos muriese Ayarra a los ochenta años, sin cesar en sus laborales sacerdotales y de músico de iglesia. De manera imprevista, he tenido además el privilegio de asistir a las exequias celebradas en la catedral el martes 20 de marzo. Me he alegrado de encontrar publicada la homilia del arzobispo de Sevilla [ecclesia], de la que reproduzco estos párrafos:

"Don José Enrique nació en Jaca el 23 de abril de 1937. Iba cumplir, pues, 81 años. Después de cursar sus estudios en los Seminarios de Jaca, Vitoria y en la Universidad Pontificia de Salamanca, fue ordenado sacerdote el 3 de julio de 1960. Poseedor de todos los títulos posibles en el campo de la organística, alumno de los grandes profesores franceses y de los grandes músicos eclesiásticos españoles de la primera mitad del siglo XX, obtuvo por oposición en 1961 la plaza de organista titular de esta catedral, donde deja una imagen imborrable como organista eminente, seguramente el más importante de las catedrales españolas en la segunda mitad del siglo XX y en los inicios del nuevo milenio. Don José Enrique ha sido un organista extraordinario, pero también un excelente sacerdote. El día 14 de noviembre del año pasado, me visitó en mi despacho para entregarme una carta y un ejemplar de una memoria de su vida de sacerdote y de su quehacer organístico, en la que me manifiestaba estar en la etapa final de su carrera. Allí hacía memoria de todos sus títulos, premios y distinciones y de los 1111 conciertos tenidos en Sevilla, en España entera, en Italia, Estados Unidos, Francia, Alemania, Rusia, Polonia, Méjico, Japón y en los más diversos países del mundo. En esa ocasión me refirió que Juan Sebastián Bach, en la página final de cada partitura escribía estas iniciales SDG, Soli Deo Gloria. Me comentó también esta frase del gran músico alemán: “el único propósito de la música debería ser la gloria de Dios y la recreación del espíritu humano”, para confesarme después que antes de poner cada día sus dedos sobre el teclado, ofrecía al Señor su arte y le decía que con sus interpretaciones no buscaba otra cosa que su gloria."

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20 marzo 2018

San Juan de la Cruz. La (auto)biografía

Un par de semanas he estado enfrascado leyendo la biografía de San Juan de la Cruz, del padre carmelita José Vicente Rodríguez [San Pablo], un libro macizo de 1000 páginas (anexos incluídos), que se me han pasado en un suspiro, real y figurado. Este es un libro que, a pesar de la envergadura, que engaña, se lee con presteza y mucho agrado. Y la edición barata, en rústica, pesa poco, se puede tener entre las manos. El padre José Vicente debe ser el decano de los sanjuanistas españoles. Nonagenario y aún en pie, nació un 2 de enero de 1926 en la localidad de Monleras,  provincia de Salamanca. Ha celebrado ya el 75º aniversario de la profesión en los Carmelitas Descalzos [ocd]. Se trata pues de una biografía escrita por una autoridad máxima del Carmelo. Y además con el acierto de ilustrar la cubierta del libro con la imagen del rostro del Santo, reconstruído por los forenses al reconocer sus restos sepultados en Segovia.

Biografías de la vida trepidante de San Juan de la Cruz son incontables. Modernas son, cada una con su particular enfoque, la de José María Javierre, Juan de la Cruz, un caso límite (1991) [Sígueme] y la de Carlos Ros, Juan de la Cruz, celestial y divino (2011). Mención singular merece la biografía póstuma del carmelita Crisógono de Jesús Sacramentado, la Vida de San Juan de la Cruz (1946), que sigue insuperable en sabor literario, pero que la B.A.C. no se decide a reeditar (la última edición, de 1997, está agotada) [bac].

La biografía del padre José Vicente Rodríguez sobresale por la amplitud que concede a los testimonios de cuantos conocieron a fray Juan de la Cruz, comenzando por Santa Teresa de Jesús. Con todos esos relatos en primera persona, recogidos muy pronto en los procesos de beatificación de San Juan de la Cruz, es posible montar una gran biografía como esta. Sólo que es una biografía externa. La vida íntima del Santo nos será siempre desconocida, más que para solo Dios, aunque pudieron imaginarla sus contemporáneos cuando le veían su actitud orante, o su modo de conducirse con el prójimo. Con el milagro de su poesía lírica pasa igual. Se sabe más o menos la data sus poesías, después de su prisión en Toledo, pero no el desarrollo místico de su lirismo, culto y popular. Pero hay que pensar que la vida del espíritu propiamente no tiene historia ni biografía.

El padre José Vicente se pregunta: ¿se podrá escribir la autobiografía de Juan de la Cruz? (pág. 46). Y se responde:

"Entre los jesuítas se estima mucho la que llaman Autobiografía de san Ignacio de Loyola. Y, como es sabido, no es una autobiografía escrita por él, como lo es el Libro de la vida de santa Teresa, escrito por ella misma. El origen de la autobiografía ignaciana data del 4 de agosto de 1553, en conversación con el padre Luís González de Cámara. Y fue escribiendo lo que el santo fundador le decía; tuvo varias interrupciones la toma de notas hasta que se dio fin a la escritura el mes de diciembre de 1555.

"He leído con toda atención todas las declaraciones de los testigos que conocieron y trataron a Juan de la Cruz y, ponderada seriamente la veracidad de aquellas en las que se dice: "Me lo contó", "me dijo", "lo oí de su boca", y otras expresiones similares, me pregunto: ¿no sería el caso de atreverse a escribir esa autobiografía de fray Juan de la Cruz? Entiendo que es difícil, pero no imposible. Yo la tengo ya bastante enhebrada y recogidos ya más de 300 testimonios y espero que sea útil y provechosa si un día se cree oportuno publicarla".

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15 marzo 2018

De Stephen Hawking a San Juan de la Cruz

En la muerte del físico y cosmólogo británico Stephen Hawking, se repite con pereza el juicio de que fue "una mente maravillosa". The Guardian, recurriendo a una antigua imagen, platónica, agustiniana, kantiana, dice de él: Stephen Hawking, a mind that held the stars [theguardian] (una mente que comprendía las estrellas). Una soberbia serie filatélica de la Isla de Man, "Albert Einstein to Stephen Hawking - 100 Years of General Relativity", emitida el año 2016 [iompost], emparejaba a estos dos grandes físicos. Stephen Hawking ha bautizado con su nombre una radición peculiar, especulativa o conjeturada, de los black holes [wiki]. No estoy seguro, sin embargo, que la contribución de Hawking, aun habiendo sido, como dicen, una mente maravillosa, sea parangonable a la de Albert Einstein, que sí revolucionó, incluso en un sentido popular, la manera habitual de contemplar el universo. Pero Stephen Hawking, víctima de una esclerosis lateral amiotrófica (E.L.A.), postrado en una silla de ruedas, ha sido un símbolo universal de la distinción humana, que consiste justamente en el dominio de la mente sobre el cuerpo. El cuerpo humano es lo que va en segundo lugar, después de lo principal, que es su mente.

La soberanía de la mente es una enseñanza de la sabiduría antigua. San Juan de la Cruz divisó una gran lección en esto. En sus "Dichos de amor y de luz" (n. 34 [sjc]) dice: Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por tanto, sólo Dios es digno de él. Una mente brillante, maravillosa, como la del cosmólogo Stephen Hawking, puede encerrar todo un mundo, todos los objetos cosmológicos habidos y por haber (las estrellas, los agujeros negros). Por eso dice el Santo que "el pensamiento del hombre vale más que todo el mundo". Eso está ahí, manifiesto, delante de nosotros. La conclusión, para fray Juan, es que "por tanto, sólo Dios es digno de él" (digno del hombre, de su pensamiento). Dios, creador de las estrellas, y del cuerpo y la mente del hombre.

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13 marzo 2018

Adonde no hay amor, ponga amor

El domingo, a la hora del almuerzo, nos sobresaltamos con la noticia del descubrimiento del pequeño Gabriel, de ocho añitos, muerto, estrangulado. El mensaje de la madre, Patricia, refiriéndose a la asesina, ya apresada, ha sido sublime: "Os pido en nombre de mi hijo que lo que tiene que inundar ahora mismo España son los mensajes de esperanza y cariño que había hacia Gabriel y ese movimiento de buenas personas y no la rabia y el odio" [La Voz de Almería]. No he podido evitar el recuerdo de la otra gran sentencia de San Juan de la Cruz, de su epistolario: ... Y adonde no hay amor, ponga amor, y sacará amor...

La imagen es la cubierta del libro The Poems of St. John of the Cross, edición bilingüe editada por The University of Chicago Press, con la traducción del poeta norteamericano John Frederick Nims [ucp].

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07 marzo 2018

Ética de San Juan de la Cruz

La crítica literaria ha impuesto una aproximación a las poesías de San Juan de la Cruz desde esta ladera, estimándolas como una simple expresión de amor. Esto es cierto, pero no es toda la historia. Nos recuerdan eminentes sanjuanistas que fray Juan de la Cruz no se pasaba todo el día como traspuesto, en un permanente transporte místico, sino que atendía a los deberes propios de su oficio. El relato de su vida es apasionante. Y sus escritos contienen, desde luego, valiosas enseñanzas morales. Sería un atrevimiento por mi parte intentar aquí y ahora ni tan siquiera una somera exposición de su doctrina moral. Pueden leerse, en este tiempo urgente, dos de sus escritos breves, preciosos, las cautelas [v] y los avisos a un religioso [v]. Yo me conformaré con dejar esta nótula a un parrafito de los avisos. Dice ahí San Juan de la Cruz:

"... Y todas estas mortificaciones y molestias debe sufrir con paciencia interior, callando por amor de Dios, entendiendo que no vino a la Religión para otra cosa sino para que lo labrasen así y fuese digno del cielo. Que, si para esto no fuera, no había para qué venir a la Religión, sino estarse en el mundo buscando su consuelo, honra y crédito y sus anchuras."

Y lo que me ha dejado pensativo al leer esto, yo que no soy hombre de religión, que no soy fraile de convento, es que en este pasaje San Juan tal vez gastase algo de ironía, puesto que me asombraría que de verdad pensase que en el mundo se encuentra consuelo, honra y crédito, y el mundo fuese en efecto ancho y no angosto. En apenas esta breve línea descubro que el mensaje ascético de San Juan de la Cruz va dirigido a todos, hombres de religión y hombres de mundo.

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