28 mayo 2019

Hay una errata en mi libro

Que se diga que hay una errata en un libro, parece que suena tan escandaloso como decir que hay un pelo en la sopa. Pero no hay que ser tan rigoristas. El ideal del libro perfecto es que no contuviese erratas, pero en la realidad impura, donde pasan cosas inesperadas como que se derrame la leche, o que se rompa un plato, es inevitable que un libro cualquiera contenga algún gazapo. Lo intolerable es que menudeasen, casi a cada página, porque sería señal de que el editor no ha hecho su trabajo, y no encomendó a un corrector el cepillado del libro.

Yo digo en broma que debo estar dotado de poderes paranormales, porque cuando abro un libro nuevo, no sé cómo o cómo no, doy inmediatamente con la errata. Una o dos, no le doy importancia. Si son un puñado, y de cierto calado, tal vez escriba al autor, o al editor. Esta práctica de que los lectores se preocupen por el aspecto aseado de los libros, y avisen de errores y erratas, no sé si está muy extendida en España. Entiendo que las editoriales que aspiran a la excelencia debieran fomentarlo.

Mejor que contar las cuitas ajenas, contaré las propias, de mi último libro, recién salido de las prensas, el Debate sobre la juventud, el dinero y la Ley, más otras notas jurídicas (Sevilla, Padilla Libros, 2019). Ya he anunciado que firmaré ejemplares en la Feria del Libro de Sevilla, el próximo sábado 1 de junio, a las 12 de la mañana.

En el proceso de producción del libro, el original, que ha entregado el autor, se somete a corrección, que puede ser ortográfica, ortotipográfica, de estilo y de concepto. El original de mi libro ha sufrido correcciones de un poco de todo. Ha pasado una corrección ortográfica (porque ni yo mismo domino las reglas de ortografía, y hasta se me olvida poner los acentos, o me como las eses finales, por ser andaluz), aunque no recuerdo ninguna falta de ortografía advertida digna de reseñarse. Por ejemplo, poner notarias (sin acento) en lugar de notarías (con acento), que son cosas por completo distintas.

Y mi libro ha pasado también una corrección ortotipográfica (el buen uso de elementos tipográficos), ocasión en que he discutido con mi editor el uso de itálicas en tal o cual pasaje. Por ejemplo, en el original se citaba el político de Platón en minúscula. Esto no tiene ningún sentido, porque en verdad me refería al diálogo Político (no a ningún "político" en particular que conociese Platón). Convinimos mi editor y yo en citar el título transcrito del griego, para que no hubiese duda, Politikós.

La corrección de estilo parece más difícil, o sujeta a controversia, aunque su objeto es asegurar que el texto esté redactado de forma clara y legible, y a ser posible elegante. Es natural que en buena medida esto sea responsabilidad del autor, no del editor (aunque según qué libros). Puedo contar dos casos de mi libro. En un capítulo me invento la categoría del lío jurídico (o de las normas jurídicas liantes). En verdad tampoco soy original en esto, y me acuerdo que en la facultad se citaba a un catedrático de civil, que hablaba de los enredamientos urbanos. El caso es que en un párrafo, que a mí me parece estilísticamente logrado, parece que consigo trasmitir al lector que la aplicación del derecho, en algunos casos, es un verdadero lío.

Otro ejemplo de corrección del estilo afectó al mismo título, que le puse yo sin preocuparme ni mucho ni poco en si era comercial o no. En un principio, decía: ... la Ley y otras notas..., y mi editor me advirtió que había una cacofonía al juntar la palabra Ley con la conjunción y. El arreglo, propuesto por mi editor (con el que estuve conforme), ha sido poner: más otras notas...

La corrección de concepto, semántica o ideológica, es aún más difícil todavía, porque puede referirse a saberes especiales, en los que no tiene por qué estar versado el editor. Un caso curioso, que me consultó, es la locución jurídica "matrimonio rato y consumado", que debe ir en las mismas comillas, porque es una expresión acuñada. No van el rato y el consumado por separado.

Y la última corrección que comento, está a medio camino de la ortografía y el concepto. En una página cito un artículo del portal de noticias Aciprensa (agencia con sede en Lima, asociada a la cadena internacional EWTN Global Catholic Network), que no debe confundirse con el portal Aceprensa (agencia con sede en Madrid, marca de la Fundación Casatejada), aunque ambos portales contienen noticias del mundo católico. En este caso es fácil cometer un gazapo.

Y a pesar de todo, cuando ya tengo el libro editado e impreso en mi poder, hojeándolo he descubierto una errata inesperada y muy curiosa. Pero los lectores que hayan tenido la paciencia de leerme hasta esta línea me perdonarán que no la identifique. Lanzo el reto a los lectores del libro, a ver si la descubren...

He escogido como ilustración, casi forzada, la imagen de la cubierta del libro ya antiguo, de hace casi medio siglo, de El despiste nacional, del periodista español Evaristo Acevedo. Todavía conservo un viejo ejemplar de la primera antología (1952-1958), que fue una lectura divertidísima de mi niñez. La imagen de la cubierta es naturalmente un conejo o gazapo.

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