02 mayo 2019

Notas a Immanuel Kant

Días pasados me he dedicado a leer un librito muy accesible de Kant, la Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Confieso que me ha costado más la tercera parte, que he leído con premura, y que me obligará a repasarlo. Mi inquietud, para escoger esta lectura al parecer tan poco refrescante, es esa noción traída y llevada de la autonomía. Hay quien se figura que significa que ya estaríamos autorizados, desde los días kantianos, a hacer lo que nos pareciese, o como diría un castizo, a hacer nuestra real gana, porque seríamos libres para dictarnos nuestra moral. Pero nada más alejado del pensamiento de Kant.

Yo no pretendo ser ahora el commentator de Immanuel Kant, y me voy a limitar a explicar, con brevedad, qué ideas tengo en la cabeza sobre su filosofía. Para saber la filosofía de Kant, es preciso leer directamente a Kant. No obstante yo haría una excepción en su caso, y recomendaría también, como compañero, un elegante libro de quien fue profesor de Ética de la Universidad de Madrid, Manuel García Morente, La filosofía de Kant, que ya es centenario y sigue leyéndose (se publicó en Madrid en 1917), y que también se lee por derecho propio como "una introducción a la filosofía" (como reza el subtítulo).

La dificultad de la filosofía de Kant consiste en que el pensamiento sigue una dirección contraria al sentido común, o que es contraintuitivo. En el prólogo a la segunda edición, de 1787, de la Crítica de la razón pura, en un famoso pasaje recurre a la obra del astrónomo Nicolás Copérnico, para explicar su propio empeño filosófico. Decía ahí Kant: "Esa tentativa de transformar el procedimiento hasta ahora empleado por la metafísica, efectuando en ella una completa revolución de acuerdo con el ejemplo de los geómetras y los físicos, constituye la tarea de esta crítica de la razón pura especulativa". Y explicaba: "Ocurre aquí como con los primeros pensamientos de Copérnico. Este, viendo que no conseguía explicar los movimientos celestes si aceptaba que todo el ejército de estrellas giraba alrededor del espectador, probó si no obtendría mejores resultados haciendo girar al espectador y dejando las estrellas en reposo. En la metafísica se puede hacer el mismo ensayo, en lo que atañe a la intuición de los objetos".

Hay algo acertado, pero también algo anómalo, en ese ejemplo de Copérnico, con el que se comparaba Immanuel Kant. En su prólogo, Kant habla de "transformar el procedimiento hasta ahora empleado", de "completa revolución", y de "hacer girar al espectador". Así es, porque Kant, como antes Copérnico en la ciencia de las estrellas, también hace girar al lector de su filosofía crítica, obligándole a adoptar una nueva perspectiva sobre el conocimiento de las cosas (desde una piedra hasta la libertad y la inmortalidad de los hombres, y Dios). Es como si Kant nos agarrase del cogote y nos volviese la cabeza a la fuerza para hacernos mirar la realidad desde otro ángulo (a Platón se le ocurrió una idea parecida, en su diálogo de la República). Por eso leer y estudiar a Kant obliga al lector a un esfuerzo de transformación del discurso kantiano a sus coordenadas habituales de pensamiento.

Pero lo que me parece anómalo de la comparación, es que Kant, a diferencia de Copérnico, no ha descubierto ninguna perspectiva mejor, o más acertada, de nuestras representaciones mentales. Copérnico explicó mejor los movimientos aparentes de las estrellas, suponiendo que la tierra gira alrededor del sol (que es el caso) y no a la inversa. Ahora bien, la perspectiva kantiana no es que sea la más acertada (como ha resultado ser la de Copérnico), sino una más junto a otras. Contra lo que pudiera parecer a primera vista, y declara Immanuel Kant, la razón kantiana (que es mucho más que la inteligencia instrumental o categorial) no puede validarse por la experiencia, como si se hace con las observaciones astronómicas. Los supuestos implícitos de la crítica kantiana podría hacernos pensar por el contrario en un mero enfoque de gusto, o de conveniencia, aunque no debemos olvidar que cualquier filosofía se apoya en opciones y suposiciones no racionalizables en último extremo.

Voy a explicarme con un ejemplo, que tal vez agradase a la mentalidad matemática y geométrica de Immanuel Kant. Pensemos en la representación visual de los objetos tridimensionales, en 3D, asistidos con un programa informático de diseño gráfico (que chiflaría seguro a Kant). No captamos en su totalidad un objeto con una única perspectiva, y para hacernos una idea lo más completa posible, lo hacemos rotar en la pantalla del ordenador (igual que le daríamos vueltas a un guijarro que tuviésemos en la mano). Cada nueva perspectiva, nos representa una faceta o cara del objeto, tanto como nos oculta otros aspectos del mismo objeto. Cada representación muestra y oculta a la vez rasgos diferentes de un objeto que es el mismo (esto sería el fenómeno y el númeno del objeto). Tampoco podríamos decir que una perspectiva concreta fuese la más acertada o correcta (aunque algunos ángulos o vistas pudieran ofrecernos mayor o menor información, según que ocultasen más o menos rasgos y características del objeto).

Otro ejemplo, muy reciente, del campo de la astronomía (por el que también se interesaba Immanuel Kant), es la imagen (construída por un programa de ordenador) de un agujero negro, lograda por el consorcio internacional de estaciones de observación, agrupadas en el proyecto de Event Horizon Telescope (EHT): "Dado que los telescopios están distribuidos por todo el planeta pero no cubren la superficie entera de la Tierra —como haría realmente un telescopio gigante—, tres programas independientes de inteligencia artificial han extrapolado los datos que faltaban para generar la imagen más probable de ser fiel a la realidad. No es una auténtica fotografía, pero es lo que más se aproxima" [elPais]. Un agujero negro es un objeto real cosmológico, aunque no hay un modo único, desde la perspectiva del planeta Tierra, de representarlo. Por definición el agujero negro no es visible, aunque sí su contorno en el espacio. El estado de la tecnología terrestre condiciona las sucesivas imágenes (quizá sería preferible decir representaciones) de este objeto del cosmos, cuya existencia conocemos o conjeturamos, pero no alcanzamos a simple vista (como sí vemos la Luna).

Cuando leamos al Kant crítico, de modo semejante, no debieramos leerlo como si fuese la perspetiva correcta (que por el contrario sí lo es, seguramente, el modelo copernicano), sino una representación o perspectiva, una más junto a otras posibles, de nuestros procesos mentales. Estas consideraciones yo las haría extensibles a Platón, Aristóteles, San Agustín y Santo Tomás y a cualquier otro filósofo que haya transitado por este mundo. Todas son visiones históricas legítimas de nuestro pensamiento.

¿Qué consecuencias se seguirían de este modo de leer la filosofía de Kant, que yo propongo? Ahora sólo puedo apuntar unas notas, precursoras de una nueva lectura atenta de Kant. Distingamos, como ha hecho siempre la tradición filosófica, entre una razón teórica y otra práctica. En cuanto a la primera, la razón teórica, todos recuerdan que Kant se pregunta cómo son posibles los juicios sintéticos a priori, o dicho de manera más rústica, por el equipamiento o hardware mental que nos hace captar los objetos externos. Kant reconoce la posibilidad en los objetos experimentables (una tiza, un libro, una estrella), pero no en los objetos ideales (la libertad humana, o Dios), porque para estos últimos no habría medio de asegurarnos de que se conforman (¡nada menos!) a nuestras posibilidades racionales de representación.

Pero no olvidemos que, como en los ejemplos de una imagen en 3D (por ejemplo, del Coliseo de Roma), o de la imagen de un agujero negro, la conclusión agnóstica a la que llega Kant, sobre los objetos de la metafísica, es una consecuencia del ángulo de visión adoptado. Ese tramo de la Crítica, que es la dialéctica trascendental, donde se trata de la razón pura como sede de la ilusión trascendental, y de los paralogismos, antinomias y del ideal de la razón, alcanza conclusiones aparentemente descorazonadoras, pero hay que pensar que no definitivas. Yo lo comparo al ciclista que se arrojase a una piscina montado en su bicicleta, pensando que si da pedaladas, logrará salir al flote, haciendo igual que cuando sube a pedal por una cuesta de terreno pedregoso. Claro que irá al fondo, pero no porque no sea posible flotar, sino porque ha escogido un vehículo inapropiado al medio acuático. Lo que debe hacer nuestro ciclista es, quizá, apearse de la bicicleta, y comenzar a nadar con las manos y los pies. De hecho existe esa disciplina olímpica, el triathlon. Pues igual, si Immanuel Kant ha alcanzado en su pensamiento una conclusión agnóstica sobre Dios y la libertad, lo que tenemos que hacer es aparcar la bicicleta, y cambiar de perspectiva. No es que Dios o la libertad no puedan conocerse en absoluto, sino que no pueden pensarse desde el ángulo de visión en el que se ha situado Kant.

Vamos a pasar por alto las refutaciones más corrientes, casi de manual, del criticismo kantiano. El joven Hegel ya advirtió que, si todo lo que conocemos son fenómenos, y no realidades, no conocemos la realidad, ni por tanto tampoco podemos conocer la razón misma, que al parecer es lo que pretende explicarnos Immanuel Kant (la refutación clásica a Protágoras transita por el mismo sendero). Otra perspectiva más optimista, o generosa, es la del biólogo Konrad Lorenz, premio Nobel de Medicina del año 1973. En su libro La otra cara del espejo: ensayo para una historia natural del saber humano, explicaba que lo a priori (la pretensión kantiana de que la mente modela o construye el mundo) es un rasgo ontogenético (del individuo), pero que filogenéticamente (en la especie), lo a priori hay que pensar que es más bien un a posteriori. Nuestro equipamiento mental es el resultado evolutivo de la confrontación de los seres vivos con su mundo. Konrad Lorenz defendía que, desde una perspectiva biológica, no puede dudarse de la realidad y objetividad del mundo. El criticismo kantiano sería, en este aspecto, una perspectiva incompleta, porque es cierto que la mente tiene su parte en nuestra representación de la realidad, pero esto no significa que la realidad, para nosotros, sean meros fenómenos o apariencias. No hay que dudar que podamos conocer las cosas objetivamente, si bien, recordando a Santo Tomás, Quod recipitur, ad modum recipientis recipitur.

La revisión de la razón práctica, o la ética, de Immanuel Kant, también arroja un resultado parecido, de apariencia incompleta o deficitaria. Es muy curioso el comentario de la filosofía kantiana, que hizo el pensador italiano Giovanni Papini, en su libro Il crepuscolo dei filosofi (de 1916, otro libro centenario que sigue reeditándose). Aunque habríamos de precavernos que Papini es un tanto chistoso, y que presenta a los filósofos, también él, desde un ángulo muy particular, que es la caricatura filosófica. Es muy difícil encontrar algún filósofo que no haya ridiculizado o tomado a broma a sus adversarios, incluido Kant (pero haciendo la excepción significativa de Santo Tomás de Aquino). Con este tono jocoso, Giovanni Papini decía (loc.cit.), a propósito de la razón práctica kantiana, que "L'imperativo di Kant è il precetto di Cristo ('Non fare agli altri ciò che non vorresti fatto a te stesso') passato attraverso alla mente di un newtoniano tedesco". La observación es seria, aunque suene a broma. Cuando Immanuel Kant encuentra en la razón la ley moral, no la ha podido inventar a capricho. Pasando por alto su discurso abstruso, puede pensarse que la ley moral que encontramos en nosotros, que dice Kant, es la misma lex aeterna de la que nos hablaba Santo Tomás de Aquino, sólo que vista desde un ángulo excéntrico, geométricamente descentrado. Siempre se ha comparado a la ley natural como la estrella polar de la moral y el derecho, porque es la estrella situada en el eje de la rotación de la tierra, y aparentemente no se mueve como las demás. La ley natural tiene también ese rasgo axial o polaridad, que no cambia aunque la Tierra gire sobre su eje. Siempre reconoceremos en nosotros la ley eterna, aunque torzamos la perspectiva o el ángulo de visión. Así pues la autonomía moral (que seamos nosotros los que nos demos la ley) no sería más que una aberración óptica. Así podemos leer con mente nueva la célebre máxima kantiana: "Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes, cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí".

Fernando Savater: "Me hubiera gustado escuchar en un avión: Por favor, abróchense los cinturones de seguridad. Dentro de pocos minutos aterrizaremos en el aeropuerto Inmanuel Kant” [elPais].

(La traducción castellana de los pasajes kantianos es de Pedro Ribas y de Manuel García Morente).

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3 comentarios:

  1. "...el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí...". Y continua Kant: "Admiración y respeto pueden, sí, incitar a la investigación, pero no suplir su falta. (...) La consideración del mundo empezó por el más magnífico espectáculo que pueda presentarse a los sentidos del hombre (el cielo) ... y terminó por la astrología. La moral empezó con la más noble propiedad de la naturaleza humana... y terminó por el misticismo y la superstición. Así ocurre en todos los ensayos, aún burdos, en que la parte principal del asunto depende del uso de la razón; pues este uso no se adquiere por sí solo mediante el ejercicio frecuente, como pasa con el uso de los pies..."
    Pues eso. Kant no se extrañaría nada de que no le dieran su nombre al aeropuerto.
    Sigue con el comentario, por favor. Lo de la bicicleta es maravilloso.
    Y Papini muy simpático, buscaré ese libro, pero no lo veo tan equivalente (pienso por ejemplo en el deber moral de la veracidad y en el caso del que oculta al injustamente perseguido en su casa y preguntado por los perseguidores se siente en la obligación de descubrirlo...)

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    1. Cristina, muchas gracias por tu receptividad y comentario. A veces queremos cometer un parricidio con Kant, sin apercibirnos de que somos kantianos sin saberlo...

      Sobre el libro de Papini (en general, todos los suyos), si pudieses leerlo en italiano, mucho mejor. Por razones que ahora no vienen al caso, Papini ha estado traducido al castellano desde siempre. En librerías, uno de actualidad (!) es 'Gog'.

      Seguiré con Kant (de hecho, ahora sigo leyendo a Kant), y lo anotaré, con mejor o peor fortuna. También me alegra que te haya gustado el ejemplo de la bicicleta, que es una imaginación mía.

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    2. Sobre la famosa réplica de Benjamin Constant, trataré en la próxima nota o artículo del blog. Déjame que lo medite.

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