10 septiembre 2008

El dinero, visto por Miguel Brieva


Comienza la temporada libresca con fuerza. Aparece en librerías, editada por Mondadori, la reedición de Dinero, "Revista de Poética Financiera e Intercambio Espiritual", del joven dibujante sevillano Miguel Brieva. En principio "Dinero" fue un fanzine, publicado entre 2001 y 2005. Desde entonces la carrera del ilustrador y viñetista ha sido meteórica. Sus ilustraciones aparecen en un libro antológico, casi de coleccionista, el manual de Educación para la ciudadanía de Akal (2007). Incluso el año pasado ya ha expuesto en una caja de ahorros de la ciudad una muestra retrospectiva, "Sobras maestras".

Miguel Brieva se define a sí mismo como "un ente ectoplasmático surgido de los delirios etílicos de un oso perezoso tras una exagerada ingesta de hojas de eucalipto maceradas". Aunque se me ocurre que ésta, más que una definición, es la ocultación de la persona del artista detrás de sus creaciones, que son las que de verdad cuentan y hablan por él.

Su humor negro se compara al de El Roto, aunque el antecedente de todos ellos es Chumy Chúmez. Miguel Brieva practica el sarcasmo contra los valores convencionales de las clases medias y acomodadas, y de paso nos hace sonreír y pensar sobre nuestros modos ridículos de vivir. Un tema habitual es Dios (representado siempre con un triangulito en la cabeza) que se muestra complacido de su creación, este mundo tan desastroso en apariencia. Sin embargo, aunque estos dibujos se inspiran en las ideas antisistema o anticonsumistas, me ha sorprendido no encontrar ninguno que ataque al blanco preferido de los grupos rebeldes, la Iglesia Católica. Es un aspecto de su obra, este respeto implícito a la religión, que me intriga.

Se critica al autor que sea incoherente y haya terminado por venderse al vil metal, publicando sus dibujos en el grupo Random House (pero bajo licencia Creative Commons). No estoy de acuerdo con esta forma de verlo. Su humor ideológico, que dicen inagotable, tiene valores proféticos. Es importante que un artista nos recuerde, cada tanto, nuestra hipocresía y materialismo consumista, nuestra vulgaridad. Sólo por eso habría que buscarle a Miguel Brieva un buen mecenas.

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06 septiembre 2008

Contradiciendo a Ratzinger

Hasta ahora no había comentado aquí el libro de Joseph Ratzinger, Jesus von Nazareth (2007), por la sencilla razón de que no lo he leído. Aún aguarda su turno, en el limbo de los libros vírgenes, si bien que reposando en inmejorable compañía, ahora que lo he retirado del anaquel, donde fue a parar por azares de la topología entre la Interpretación del cuarto evangelio (1954), de Charles Harold Dodd, y El instante (1855), de Kierkegaard. Pero no se le busque la lógica a esta secuencia, porque no tiene otra más que el confuso desorden de una biblioteca de uso personal.

Algunos próximos y amigos, más sabios y religiosos que yo, sí han leído "el libro del Papa". Yo no, y confieso que no he podido con él, porque se me cae de las manos. Pero sí he repasado enterito el prólogo y la bibliografía. Ahora que al comenzar el curso anidan en nuestros corazones píos propósitos, he vuelto a hojearlo, y vuelto a desestimar su lectura, en provecho de otras más urgentes. No obstante, en un rato perdido he usado de técnicas de lectura veloz, haciendo algunas calas en el texto, para explicar ahora mi resistencia a esta obra. No descarto que, como me pasa con muchos otros libros, simplemente le haya cogido manía; pero quién sabe.

El prólogo contiene una declaración, justamente destacada en los medios, y que voy a reproducir: Sin duda, no necesito decir expresamente que este libro no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de mi búsqueda personal "del rostro del Señor" (cf. Sal 27, 8). Por eso, cualquiera es libre de contradecirme. Pido sólo a los lectores y lectoras esa benevolencia inicial, sin la cual no hay comprensión posible.

Pues bien, tomándole la palabra al profesor Ratzinger, me permitiré aquí hacer una módica contradicción del libro, que seguramente estará falta de la sabiduría y temple que requiere el empeño. En cuanto a la "benevolencia inicial", creo que ya la he demostrado, habiendo comprado el libro y leído su prólogo y algunas de sus páginas. Y también porque tengo en general buena disposición hacia Ratzinger el teólogo, del que soy lector de su Introducción al cristianismo (1968) desde mis ya lejanos años de bachiller. Por no hablar de mi admiración, ya en el terreno magisterial, de su hermosa encíclica Spe salvi, que he comentado repetidas veces aquí.

No pondré en duda jamás que el libro Jesús de Ratzinger sea, en doctrina, católico-católico, como el café-café (no podría ser de otra manera, en la persona del doctor que hoy ocupa la
cátedra de San Pedro). Pero como este libro es resultado, como él mismo dice, de una "búsqueda personal", tal vez refleje sus propias y particularísimas opiniones teológicas, que no su magisterio de Supremo Pontifice. No hay más que repasar otro libro famoso de Ratzinger, el Informe sobre la fe (1985), donde sin ambages reconocía, dialogando con el periodista Vittorio Messori, que en la Iglesia polemizan corrientes conservadoras y progresistas, que siguen todavía hoy discutiendo en torno a la vigencia del Concilio Vaticano II.

Mi primera crítica se refiere a la aptitud del libro para enseñar. El Jesús de Ratzinger se sitúa, como decimos coloquialmente, en un quiero y no puedo. No explica con el orden, la sencillez y claridad debidas, la vida y milagros y las enseñanzas de Jesús el nazareno, que seguramente es lo que piden de corazón los cristianos sencillos, deseosos de aprender y de oír hablar del Maestro. Pero por otro lado, tampoco alcanza un aseado nivel que satisfaga a los estudiosos del Nuevo Testamento, de los evangelios y de su teología. Destinado al gran público, irremediablemente incurre en una rapsodia de temas teológicos y escriturísticos, de imposible vulgarización, pensando quizá en ese hipotético y modélico lector medio que, como cualquier "media estadística", no existe.

Me imagino que muchos de los tropecientos mil compradores del "libro del Papa", que se lo llevaron de la pila de los grandes almacenes, o del hipermercado, como quien compra el último premio Planeta, se habrán llevado un buen chasco si se han asomado a sus páginas. A los pocos días de tenerlo en mis manos, ya avisé que el prólogo, repleto de consideraciones de alta erudición teológica, cumple a la perfección la tarea de disuadir de la continuación de la lectura. Claro está que hablo de ese "lector medio" hipotético, y que no desconozco que lectores más instruídos, entre la clerecía y el personal con estudios, sí habrán llegado a buen puerto leyéndolo en su integridad.

¿Y en cuanto al lector estudioso, informado? Para valorar los quilates del libro, me he dirigido al capítulo 8, "Las grandes imágenes del evangelio de Juan". Confieso que tengo un motivo personal para hacerlo, y es que este cuarto evangelio, a diferencia de los sinópticos, siempre se me ha atragantado, nunca lo he entendido bien. Me parecía, puede ser que con razón, demasiado filosófico. Por eso dos libros que me aguardan impacientes son los comentarios del teólogo inglés Charles Harold Dodd, que he mencionado arriba: Interpretación del cuarto evangelio (1955) y Tradición histórica en el cuarto evangelio (1963) [ambos publicados por ediciones Cristiandad]. Quien de verdad quiera aprender y comprender el sentido del evangelio de Juan, debe leer estas colosales obras exegéticas. Pero si a continuación dirigimos nuestra mirada al capítulo 8 del libro de Ratzinger, observaremos que se queda en un nivel divulgativo de saberes teológicos y escriturísticos, que difícilmente calarán en aquel "lector medio".

En resumidas cuentas, el que llaman "libro del Papa", que más propiamente se debe llamar "último libro del teólogo Ratzinger", como él mismo honradamente advierte en el prólogo, porque no es una obra magisterial, se queda a mi juicio en un nivel intermedio, equidistante, forzosamente catequístico, que procurará algún barniz teológico a lectores interesados, pero que no satisfará las expectativas de los lectores sencillos (que no rudos), que quieren conocer el mensaje de Jesús, y tendrá poco interés para quienes ya estén sumergidos en la ciencia teológica y en el estudio riguroso de las Escrituras.

Para terminar y no alargarme, una vez explicadas mis impresiones sobre el nivel retórico del libro de Ratzinger, debo referirme a su contenido ideológico, analizando al menos alguna de sus opiniones teológicas. Comentarlo por entero está fuera de lugar, y muy lejos de mi capacidad y sabiduría. Esta vez me he dirigido al capítulo 4, donde se habla de "el Sermón de la Montaña". El comentario que voy a hacer evidenciará el acierto de la elección. En este pasaje saltan a la vista, a mi juicio, las opiniones que animan el pensamiento actual de Ratzinger el teólogo. Para no andarme por las ramas copio un párrafo muy significativo, de la página 105 de la edición española:

"El Sermón de la Montaña como tal no es un programa social, eso es cierto. Pero sólo donde la gran orientación que nos da se mantiene viva en el sentimiento y en la acción, sólo donde la fuerza de la renuncia y la responsabilidad por el prójimo y por toda la sociedad surge como fruto de la fe, sólo allí puede crecer también la justicia social. Y la Iglesia en su conjunto debe ser consciente de que ha de seguir siendo reconocible como la comunidad de los pobres de Dios. Igual que el Antiguo Testamento se ha abierto a la renovación con respecto a la Nueva Alianza a partir de los pobres de Dios, toda nueva renovación de la Iglesia puede partir sólo de aquellos en los que vive la misma humildad decidida y la misma bondad dispuesta al servicio".

Un lector "no benevolente" quizá entrevea en esa afirmación tan tajante de que el Sermón de la Montaña "no es un programa social", la contestación previsible de Ratzinger a la Teología de la Liberación. No quiero entrar en esta materia, porque me alejaría indebidamente del texto explícito de Ratzinger. Pero hay que llamar la atención sobre la interpretación que de la pobreza hace el conjunto del capítulo 4, y en particular este párrafo: pobre es el miembro de la Iglesia, con humildad decidida y bondad dispuesta al servicio. Creo que no he sido infiel al interpretarlo. Entonces, ¿podemos imaginarnos quienes son esos "pobres" de los que habla Ratzinger? Pienso que Ratzinger lleva aquí la "imaginación teológica" muy lejos, porque desde la lectura del evangelio, y oyendo las palabras de Jesús, el pobre es simplemente el pobre.

Leyendo este texto de Ratzinger, que dice que Jesús no predicó en la montaña ningún programa social, me pregunto en qué desván eclesiástico ha quedado arrumbada la opción preferencial por los pobres, que nos recuerdan los teólogos
Jon Sobrino y Gustavo Gutiérrez. Al menos hemos comprendido que el evangelio obliga a "tomar una decisión", a hacer una opción. ¿Pero nos concede el evangelio margen para interpretar, a nuestro gusto y conveniencia, esa palabra tan solemne como es la de la pobreza? Sancte Óscar Romero, ora pro nobis!

Voy a concluir este comentario al Jesús de Ratzinger refiriéndome, ya muy ligeramente, a las disputas teológicas en que se embarca el autor. Disputar, debatir, altercar, contender, discutir, son formas de ejercer los oficios retóricos, como son los de los abogados, filósofos y teólogos. En general, el debate de opiniones está presente en todo arte y ciencia. También debaten los médicos, sobre el mejor tratamiento del enfermo, o los ingenieros, sobre la mejor construcción de un puente.

Por eso mismo, también en este libro de Ratzinger hay debate (por ejemplo, como era de esperar, con Bultmann). Sin embargo, he querido ver una gran distancia con el desarrollo de los debates en su juvenil Introducción al cristianismo. En este último libro, originado en unas conferencias universitarias en Tubinga, Ratzinger dialoga con los intelectuales de su tiempo. Pero en el que comentamos, Ratzinger ataca e impugna. Creo intuir que en esta diferencia de estilo (tan sólo es una impresión apresurada) asoma la senescencia del pensamiento del autor. Por eso creo, y ésta puede ser una conclusión razonable, que esta tardía obra del teólogo Ratzinger, no añade nada, como tantas veces ocurre en muchísimos creadores y pensadores, a sus brillantes obras juveniles. Volvamos, si queremos, a su Introducción al cristianismo.

Actualización: Las "paradojas" del libro del Papa.

"... Paradójicamente, mientras él mismo nos dice que este libro no es un documento del magisterio papal, sino el fruto de su personal compromiso teológico, tenemos la clara impresión de que leyendo estas páginas contamos con una clave preciosa para comprender mejor muchos aspectos de su pontificado: sus homilías, sus catequesis de los miércoles, el estilo de su gobierno y del orden de su vida, en cierto sentido también las prioridades y diversas elecciones de su gobierno. Sabemos mejor quién es el Papa, qué es verdaderamente esencial para él, y por lo tanto qué nos quiere decir a todos los creyentes en Jesucristo, a los hombres y a las mujeres de hoy. Le estamos profundamente agradecidos."

P. Federico Lombardi [vía: Zenith]

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05 septiembre 2008

Ramón Carande (1887-1986)

Uno de nuestros sevillanos ilustres es Don Ramón Carande, quien fue rector de la Universidad de Sevilla. Se le recuerda por una gran obra historiográfica: Carlos V y sus banqueros. Era personaje notorio de la ciudad, y "raro", o más bien "muy suyo". Yo le conocía desde niño, y me intrigaba su imagen de sabio distraído, con gafas de pasta y vistiendo en invierno un poncho andino...

Años más tarde, en la facultad, aún pude escuchar de su propia voz, en una tertulia, una de sus más repetidas anécdotas. Siendo joven investigador en Europa, no recuerdo si dijo que en Berlín, paseando cierto día con un compañero de estudios, éste le señaló a un personaje que pasaba de largo: ¡era Lenin!

A sugestión de
Morgenrot, buscando referencias en el oráculo, me acabo de enterar de que la Universidad de Córdoba ha publicado este año una nueva biografía del profesor Carande, del historiador Luís Palacios. Digo nueva, porque el hijo de Carande, Bernardo Víctor (+) ya publicó una interesantísima biografía ilustrada (Sevilla, Fundación El Monte, 2003), que fue precedida de un delicioso relato de "la primera juventud" de Ramón Carande, Regino y la cultura (Sevilla, Alfar, 2001).

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02 septiembre 2008

Derecho y sentido común


Otra anécdota de facultad, de hace veintipico años. Uno de nuestros viejos maestros (que aún vive), amigo de contar chascarrillos finos para hacer más saladas las lúgubres lecciones, nos contó un día una anécdota del Rector Ramón Carande... Explicaba un día la moneda y el crédito. Un alumno levantó la mano: "Don Ramón, ¿por qué el Banco de España no imprime más billetes, para repartirlos entre todos, y así acababa con la pobreza? Y el profesor Carande, repuesto de la sorpresa, le contesto: "Hijo mío, que Dios le conserve la inocencia...". Y así este viejo maestro, discípulo de Carande, nos inculcaba la importancia para un jurista de obedecer sobre todo, antes que a las leyes, sentencias y doctrinas, al sentido común.

Ese juez que aparece en una de las inmortales planchas de Daumier, resume para mi la actitud contraria al buen sentido: la insensatez de los juristas. El juez, repantingado en su sillón, a la vista del ladrón atado de pies y manos, que acaba de excusarse porque no tenía qué
comer, le está contestando: "Tenías hambre... tenías hambre... Ésa no es una razón. Yo también tengo hambre todos los días, y no por eso robo".

Un gran profesor de derecho, Álvaro d'Ors, enseñaba: "Para un jurista, basta el sentido común. El sentido común es la verdadera filosofía de los juristas. Y el sentido común no se determina por estadísticas plebiscitarias, sino por una simplicidad de la razón individual de cada uno: no es el sentir de las multitudes, sino el de cada hombre no-demente con el que nos podemos encarar...".

Estaba yo tentado a hacer eso que llaman "crónica de tribunales", al hilo de las insensateces de las que nos informan las primeras planas de los periódicos. Pero entre el miedo reverencial, y el comprender que no tienen mucho recorrido las ocurrencias de vuelo gallináceo de nuestras altas magistraturas, he preferido dar esta modesta lección sobre un principio áureo de la práctica forense: tener la cabeza sobre los hombros. Porque no son justas las leyes y las sentencias que contravienen el sentido común, esto es lo que puede entender la gente de la calle mediante su sentido primario de lo que es recto y justo, por mucho que se apoyen esas leyes y esas sentencias, como decía el jurista d'Ors, en las "estadísticas plebiscitarias".

(¡Shsssssssss...!).

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31 agosto 2008

La rentrée del Parvulario Tomista

Amigos, las vacaciones han terminado, y en unos días se reanudan las clases del Parvulario Tomista...

Id desempolvando vuestras Sumas Teológicas, y vuestros diccionarios latinos, que vamos a comenzar fuerte y con las pilas puestas... ¡Ah, y no os olvidéis del baby... (a rayas azules y blancas)!

Principiaremos por el principio: primera parte, primera pregunta, primer artículo... De Sacra Doctrina...

El plazo de admisión está abierto. A los párvulos asistentes que participen con asiduidad, el magister les expedirá un certificado de aprovechamiento...

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27 agosto 2008

Humilitas

Estos días se cumple el trigésimo aniversario del pontificado de Albino Luciani, Juan Pablo I, que tan sólo se extendió durante treinta y tres días. Una gran impronta en tan breve tiempo debió dejarnos cuando aún le recordamos y lloramos, nostálgicos de una Iglesia menos comprometida con los poderes de este mundo. También quiero compartir con vosotros un texto muy hermoso que le recuerda, leído aquí en internet:

"Hace treinta años se lloraba a Paulo VI y Dios entregó a la Iglesia un papa bueno y fiel. Mucho se ha especulado sobre el destino de la Iglesia si no hubiera muerto de forma inesperada; sin embargo, el mensaje del papa Albino es actual y vigente para la Iglesia que se ve sacudida por las tempestades del escándalo, del cisma, de la reprensión y falta de testimonio. El breve pontificado de Juan Pablo I tuvo directrices contundentes: sencillez, humildad y santidad. Era un mensaje para que la Iglesia se bajara de su aire imperial y hacerse una con el mundo, sin ser del mundo, para volver a la sencillez del Evangelio y guardar, para siempre, la tiara del poder temporal. Juan Pablo I será recordado por sus palabras sencillas que escondían la más grande de las elocuencias; por su imagen frágil que guardaba la voluntad férrea sostenida por el poder del Dios Eterno; por la sinceridad de la sonrisa del sucesor de Pedro que transparentaba la sonrisa del rostro del rabí de Nazareth que extendió la mano al pecador arrepentido.

"Y hoy en este mundo donde parece dominar la soberbia, donde muchos quieren aparecer como los únicos y con la autoridad precisa e indiscutible en sus dichos, resplandecen las palabras del papa Juan Pablo I, como lección a todos los que creemos en Cristo, en el tercer milenio que necesita del testimonio sencillo y poderoso de cada bautizado: “A nadie le dan ganas de creerse casi un santo o medio ángel cuando sabe que ha cometido faltas graves. El Señor lo ha recomendado insistentemente: sed humildes. Aunque hayáis hecho grandes cosas, decid: somos siervos humildes."


Guillermo Gazanini:
26 de agosto de 1978, “Tempestas magna est super me”

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Italian souvenir


Un gran Papa de la Iglesia Católica. Nací durante su pontificado.

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23 agosto 2008

Juan Manuel de Prada, sobre la muerte

Nunca tuve al escritor Juan Manuel de Prada como santo de mi devoción, aunque tengo que quitarme el sombrero con este magistral artículo, publicado en el Abc, a propósito del accidente aéreo de Barajas de este mes de agosto, que quiero reproducir para dar lustre a mi blog:

Las sociedades idolátricas, a diferencia de las sociedades religiosas, no saben afrontar la muerte con naturalidad. Mientras el hombre está sano, la idolatría de la ciencia y el progreso le inspira ideas fatuas, haciéndole creer que es un semidiós; en cambio, cuando está enfermo y no tiene cura (es decir, cuando la ciencia y el progreso se revelan insuficientes o inútiles), al hombre se le dice que vale menos que un gusano. Exactamente lo contrario sucede en las sociedades religiosas, donde al hombre sano se le repite que está hecho de barro y al hombre enfermo se le recuerda que su cuerpo maltrecho será semilla de resurrección. Pero las grandes mentiras de las sociedades idolátricas se muestran todavía más desnudas cuando la muerte acude sin avisar para segar vidas sanas a mansalva, como acaba de ocurrir en este accidente aéreo de Barajas. Ante un acontecimiento luctuoso de esta magnitud, ¿cómo habría reaccionado una sociedad religiosa? Pues habría reaccionado representando autos sacramentales en las calles donde se explicase el poder igualatorio de la muerte, que no respeta ni a los jóvenes, ni a los ricos, ni a los poderosos. Y, al acabar el auto sacramental, un sacerdote habría proclamado las palabras del Evangelio: «No atesoréis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven ni roben». Y con esto la gente alcanzaría el consuelo, pues sabría que, si bien la muerte es un ladrón presto siempre a lanzar su zarpazo, hay un territorio donde ese ladrón no tiene jurisdicción, donde florece una vida nueva bajo el sol de la inmortalidad.

Y, frente a este consuelo religioso, ¿qué se nos ofrece en las sociedades idolátricas? Aquí, en lugar de autos sacramentales, tenemos telediarios y noticieros dándonos un tabarrón que no cesa, tratando de explicar cuál ha sido la causa del accidente: que si una avería en el motor, que si un fallo humano, que si patatín, que si patatán. Y, en lugar de un sacerdote que proclame el Evangelio, tenemos una patulea de politiquillos municipales, autonómicos y nacionales hormigueando por doquier, leyendo declaraciones institucionales de un lugarcomunismo grimoso, convocando minutines de silencio («padrenuestros de la nada», que dice mi admirado Ruiz Quintano; esto es: la oración autista y sordomuda de las sociedades que se han olvidado de rezar), prometiendo que tarde o temprano se determinarán responsabilidades, etcétera. Ni las reconstrucciones virtuales del accidente con que nos apedrean los telediarios ni las comparecencias de los politiquillos sirven para nada; pero unas y otras, repetidas machaconamente, dan una impresión de hiperactividad aturdidora que logra espantar del alma las grandes preguntas. Y de eso se trata, al fin y a la postre: pues, si la gente se formulara las grandes preguntas, inevitablemente concluiría que toda la filfa de progreso y bienestar que le han colado como sucedáneo idolátrico de la religión no vale una mierda. Concluiría, en fin, que aquel Paraíso terrenal que le vendieron los politiquillos sigue siendo el valle de lágrimas del que nos hablaba la religión; sólo que la idolatría del progreso, a cambio de un Paraíso terrenal fantasmagórico, nos arrebató la esperanza en el verdadero Paraíso, allá donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que roben. Y toda esa hiperactividad aturdidora que despliegan en estos días -tan retórica, tan archisabida, tan inútil- no es sino el aspaviento de los farsantes que se esfuerzan por mantener entretenida a la gente a la que previamente le han arrebatado el consuelo. Pues consuelo contra la muerte sólo puede traernos quien tiene palabras de vida eterna; lo que nos traen los idólatras es tan sólo cháchara para los telediarios
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"La cháchara de los idólatras" (Abc, 22 de agosto de 2008).

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07 agosto 2008

A new blog is born

Entre las normas no escritas que deben regir en una comunidad bloguera ideal, pienso que figura la de que todos los blogueros seamos generosos, y difundamos los alumbramientos de nuevas bitácoras. Me tienen con la boca abierta los portales de blogs religiosos, en que conviven extraños compañeros de cama... Muchos dómines amargados, que atizan lo mismo a curas y obispos. No sin sorpresa, los blogs que más me satisfacen lo escriben los curas (y también las monjas), por su equilibrio y sentido común, buen humor, y también, por qué no mencionarlo, por el ejercicio de la caridad. En una de estas calurosas noches de insomnio veraniego, he descubierto (¿o tendría que decir, mejor, redescubierto?), el blog de un cura andaluz, por tanto paisano, y que se nos hace muy próximo. Se llama El púlpito, y lo firma Reverendo. Os animo a todos a seguirlo muy de cerca...

01 agosto 2008

Novelas policiacas

"Una de las pocas diversiones intelectuales que aún le queda a lo que aún queda de intelectual en la humanidad es la lectura de novelas policíacas. Entre el número áureo y reducido de horas felices que la Vida me deja que pase, cuento como de lo mejor del año aquellas en las que la lectura de Conan Doyle o de Arthur Morrison me toma la conciencia en brazos.
"Un volumen de estos autores, un cigarro de a 45 el paquete, la idea de una taza de café -trinidad cuyo ser uno es para la mí la conjugación de la felicidad-, en esto se resume mi felicidad. Sería poco para muchos; la verdad es que no puede aspirar a mucho más una criatura con sentimientos intelectuales y estéticos en el ambiente europeo actual.
"Quizá sea para ustedes causa de pasmo, no el que tenga yo a estos autores por predilectos y de dormitorio, sino el que confiese yo que en esta cuenta personal los tengo."

Fernando Pessoa (1914?).

(Cuando me dispongo a leer El banquero anarquista, en la traducción pionera de Miguel Ángel Viqueira).
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