"Aquella naturaleza, a la vez risueña y grandiosa, constituyó toda la educación de Jesús. Sin duda aprendió a leer y escribir (Jn 8,6) según el método de Oriente, que consiste en poner en la manos del niño un libro cuyas palabras repite a coro con sus pequeños camaradas, hasta que lo aprende de memoria. Es dudoso, sin embargo, que comprendiese bien los escritos hebreos en su lengua original. Los biógrafos se los hacen mencionar según traducciones en lengua aramea (Mt 27,46; Mc 12,34); sus principios de exégesis, en la medida en que podemos imaginarlos por sus discípulos, recuerdan mucho a los que entonces eran corrientes y que constituyen el espíritu de los Targummin y de los Midraschim. El maestro de escuela en las pequeñas ciudades judías era el hazzan o lector de las sinagogas. Jesús frecuentó poco las escuelas más relevantes de los escribas o soferim (posiblemente no existían en Nazareth) [...] No es probable que Jesús haya sabido griego. Esta lengua estaba poco extendida en Judea fuera de las clases que participaban en el gobierno y de las ciudades habitadas por los paganos, como Cesárea. El idioma propio de Jesús era el dialecto siríaco con mezcla de hebreo que entonces se hablaba en Palestina. Con mayor razón careció de conocimiento alguno de cultura griega [...] Los profetas, en especial Isaías y su continuador de la época del cautiverio, con sus brillantes sueños de porvenir, su impetuosa elocuencia, sus invectivas mezcladas de cuadros encantadores, fueron sus verdaderos maestros [...] El Libro de Daniel, en especial, le sorprendió (Mt 24,15; Mc 13,14).
Ernest Renan, Vida de Jesús (1863)
De manera providencial, no se nos han conservado las palabras de Jesús en su propia lengua, de forma que todas las lenguas de la tierra pueden recibir y hacer suyas sus enseñanzas, sin sentirlas extrañas. La lengua griega, en que se nos han transmitido los Evangelios, no fue la lengua en que Jesús predicó. Sólo unas parvas palabras y expresiones de su idioma nativo, el arameo, se conservan esmaltando el texto evangélico (como Abba, Padre: Mc 14,36). No adoramos una traducción, sino una Palabra.
(Trad. de E. Renan, de Agustín G. Tirado).