Ayer, viendo las noticias de la tele, leí sorprendido en el news ticker del lower third de la pantalla, que se ha descubierto una versión sefardí del Quijote. El hallazgo se debe a la profesora María Sánchez Pérez (en la imagen), de la Universidad de Salamanca [usal], que ha encontrado alguno fragmentos quijotescos (en concreto, las atractivas historietas de "El curioso impertinente" y la de Cardenio), publicados como serial en un periódico de Estambul, “El Amigo de la Familya”, en 1881. Se ha dado noticia en el número de diciembre de la revista Ínsula. Al parecer, la profesora está preparando la edición de estos textos. A mí, este descubrimiento me parece sensacional. Es, lo que se dice, un fenómeno de traducción, que el texto castellano del Quijote hubiese sido vertido a una de las variedades (¿dialectales?) de la lengua, como es el sefardí o (como se le denomina en el ámbito académico) judeoespañol. Tiene además su miga que el Quijote (o algunos de sus capítulos) haya sido vertido a una variedad de la lengua, tal vez más primitiva que la que empleó Cervantes, aunque el sefardí hubiese experimentado, ya a la altura del siglo XIX, su propia evolución autónoma. A lo que hay que sumar que, por desaparición de sus hablantes (sobre todo en Europa oriental y Asia Menor, por asimilación, por migraciones, o por genocidio) la lengua sefardí se encuentre en trance de muerte como lengua hablada. Con todo, el pasado mes de abril ha sido noticia [Radio Sefarad] que Pilar Romeu ha publicado una versión moderna aljamiada de los primeros capítulos del Quijote. Buenas noticias quijotescas (recuérdese el episodio del manuscrito encontrado de Cide Hamete Benengeli...).
23 diciembre 2016
16 diciembre 2016
Adiós a la librería Céfiro
Nos ha llegado la noticia de que el próximo año, después de Reyes, habrá cerrado otra librería sevillana, tan excelente como la que ha sido la librería Céfiro, situada en una calle de nombre tan a propósito como la de Virgen de los Buenos Libros (en la esquina estratégica junto a la trasera de El Corte Inglés de la plaza del Duque, el colegio de las Esclavas, la antigua comisaria de policía de centro, y el bar "Los niños del Flor"). Este viernes me llegué a saludar a sus propietarios, Eduardo y Luís, y decirles, un poco en plan protocolario, que ha sido privilegio conocerles y ser un cliente de la librería de largo.
Lo tengo en la memoria, de tantos años. Leo por ahí [Repiso] que la librería Céfiro abrió el año 1985, cuando yo andaba de estudiante todavía. Ha cumplido ya, por tanto, treinta y tantos años de existencia, y los propietarios se jubilan. Me decían que nos hacemos mayores, y estos tiempos son más difíciles para los libros. Han subsistido ganándose a pulso contratos de organismos oficiales (incluído el ayuntamiento de la ciudad), pero la gente joven ya no lee libros, y los que sí leen todavía, se han hecho mayores, o simplemente, se mueren. "La tormenta perfecta".
Que cierre Céfiro me parece una gran pérdida espiritual para la ciudad. Ha sido una librería excelente por muchas razones, comenzando por su espléndido escaparate. Una de las vitrinas (que no se ve en la fotografía) la dedicaban a mostrar, de semana en semana, una exhibición bibliográfica por una materia a propósito (es evidente que cuando llegaba la Cuaresma en Sevilla, la dedicaban a los libros cofrades, de procesiones y de Semana Santa).
Me parece que la mejor despedida de esta librería, en que hemos echado tantos ratos mirando libros, puede ser con el verso de Pablo Neruda: nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos...
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14 diciembre 2016
El intelectual y el obrero
¿Cómo se hará sabio el que
maneja el arado y se enorgullece de empuñar la picana, el que guía los bueyes,
trabaja con ellos, y no sabe hablar más que de novillos? Él pone todo su empeño en
abrir los surcos y se desvela por dar forraje a las terneras.
Lo mismo pasa con el
artesano y el constructor, que trabajan día y noche; con los que graban las
efigies de los sellos y modifican pacientemente los diseños: ellos se dedican a
reproducir el modelo y trabajan hasta tarde para acabar la obra.
Lo mismo pasa con el
herrero, sentado junto al yunque, con la atención fija en el hierro que forja:
el vaho del fuego derrite su carne y él se debate con el calor de la fragua; el
ruido del martillo ensordece sus oídos y sus ojos están fijos en el modelo del
objeto; pone todo su empeño en acabar sus obras y se desvela por dejarlas bien
terminadas.
Lo mismo pasa con el alfarero, sentado
junto a su obra, mientras hace girar el torno con sus pies: está concentrado
exclusivamente en su tarea y apremiado por completar la cantidad; con su brazo modela la arcilla y con los
pies vence su resistencia; pone todo su empeño en acabar el barnizado y se
desvela por limpiar el horno.
Todos ellos confían en sus manos, y cada
uno se muestra sabio en su oficio. Sin ellos no se levantaría ninguna ciudad,
nadie la habitaría ni circularía por ella. Pero no se los buscará para el consejo del
pueblo ni tendrán preeminencia en la asamblea; no se sentarán en el tribunal
del juez ni estarán versados en los decretos de la Alianza. No harán brillar la
instrucción ni el derecho, ni se los encontrará entre los autores de
proverbios. Sin embargo, ellos afianzan la creación eterna y el objeto de su
plegaria son los trabajos de su oficio.
Eclo 38,25-34 [va]
21 noviembre 2016
Memoria de don Antonio Domínguez Ortiz
La semana pasada ha muerto don Antonio Garnica, sacerdote, traductor de José María Blanco White [Abc]. Cumplimos años también para presenciar que el mundo se despuebla de nuestros maestros, hasta el día que nos marchemos nosotros también. Hoy quiero recordar al historiador sevillano don Antonio Domínguez Ortiz (1909-2003), de quien su amigo John Elliott ha dicho que ha sido uno de los grandes historiadores españoles del siglo veinte. El pretexto para hacer ahora una memoria de don Antonio, que continúa vivo en los estudios históricos, es que en la Feria del Libro Antiguo de este año, he repescado una biografía que se me quedó rezagada, escrita por el profesor Manuel Moreno Alonso, su discípulo: El mundo de un historiador. Antonio Domínguez Ortiz (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2009). Este fin de semana de lluvia en Sevilla, he estado embebido leyéndola con grandísimo interés.
Pero antes de hablar un poquito del libro, me gustaría echar mano de un recuerdo personal. Era el otoño del año 1986, don Antonio estaba ya en la raya de los ochenta años, y yo andaba imberbe en quinto curso de la carrera de derecho. Me enteré por el periódico que Domínguez Ortiz daba una conferencia en la UIMP (no recuerdo si en el Alcázar, o dónde). No tuve mejor idea que irme la tarde anterior a buscar un libro cualquiera suyo, en la librería Padilla (que entonces estaba en la calle Laraña, enfrente de la Anunciación). Y di en encontrar, al azar, su Política y hacienda de Felipe IV (Madrid, Pegaso, 1983), que resulta que es uno de sus libros más importantes. Y a la tarde siguiente allá me fui con el libro... para pedirle una dedicatoria. Entonces Antonio Domínguez Ortiz era un personaje famoso, que disfrutaba de los honores merecidos por su larga vida de historiador. Recuerdo que al final de la conferencia le alargué el libro, susurrándole mi nombre, y me lo devolvió firmado, echándome una mirada indulgente y cariñosa, que aún no he olvidado, pasados treinta años.
Y ahora vuelvo a la biografía, El mundo de un historiador, escrita por Manuel Moreno Alonso, catedrático de historia contemporánea en la Hispalense. El profesor Moreno Alonso es un reconocible personaje de nuestra ciudad, con su aire de sabio distraído, fumador en pipa. Ha escrito esta biografía con la ventaja de haber tratado estrechamente a don Antonio Domínguez Ortiz. Dice que las biografías de historiadores no son habituales aquí. Lo bueno hubieran sido unas memorias del propio Domínguez Ortiz; pero al menos esta biografía está bien documentada con testimonios del propio historiador, y contiene en anexo una valiosa transcripción de una larga conversación mantenida con Moreno Alonso en su casa de Granada el año 2002, a unos meses de su muerte.
Para quienes somos profanos, no se nos pasa por la cabeza que la biografía de un historiador, más todavía en el caso de Domínguez Ortiz, siempre encerrado en las aulas o en los archivos y las bibliotecas, pueda tener algún interés. El caso es que sí. Esta biografía es el relato del empeño paciente de don Antonio por seguir su vocación de historiador, y los hitos de su éxito profesional, marcados por sus publicaciones constantes. También asistimos a los debates historiográficos del siglo XX, y a algunas de sus polémicas, como la absurda que mantuvo con el historiador israelí Benzión Netanyahu (el padre del primer ministro), sobre la condición de los conversos y el origen de la Inquisición (¿motivo religioso, motivo político?). Leyendo esta biografía nos asomamos al peculiar mundo universitario (que le negó la cátedra a Domínguez Ortiz), y a los historiadores españoles contemporáneos, como Jaime Vicens Vives, o a los hispanistas ingleses o franceses con los que trató.
Las páginas de la biografía de don Antonio Domínguez Ortiz que más me han gustado, son las que describen sus años formativos en su ciudad natal (nuestra ciudad), Sevilla. Y su opinión de que la investigación histórica se justifica por la curiosidad humana. Pienso que su "testamento literario", España, tres milenios de historia, escrito con soberana claridad y sencillez, se benefició de sus grandes dotes pedagógicas.
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Y ahora vuelvo a la biografía, El mundo de un historiador, escrita por Manuel Moreno Alonso, catedrático de historia contemporánea en la Hispalense. El profesor Moreno Alonso es un reconocible personaje de nuestra ciudad, con su aire de sabio distraído, fumador en pipa. Ha escrito esta biografía con la ventaja de haber tratado estrechamente a don Antonio Domínguez Ortiz. Dice que las biografías de historiadores no son habituales aquí. Lo bueno hubieran sido unas memorias del propio Domínguez Ortiz; pero al menos esta biografía está bien documentada con testimonios del propio historiador, y contiene en anexo una valiosa transcripción de una larga conversación mantenida con Moreno Alonso en su casa de Granada el año 2002, a unos meses de su muerte.
Para quienes somos profanos, no se nos pasa por la cabeza que la biografía de un historiador, más todavía en el caso de Domínguez Ortiz, siempre encerrado en las aulas o en los archivos y las bibliotecas, pueda tener algún interés. El caso es que sí. Esta biografía es el relato del empeño paciente de don Antonio por seguir su vocación de historiador, y los hitos de su éxito profesional, marcados por sus publicaciones constantes. También asistimos a los debates historiográficos del siglo XX, y a algunas de sus polémicas, como la absurda que mantuvo con el historiador israelí Benzión Netanyahu (el padre del primer ministro), sobre la condición de los conversos y el origen de la Inquisición (¿motivo religioso, motivo político?). Leyendo esta biografía nos asomamos al peculiar mundo universitario (que le negó la cátedra a Domínguez Ortiz), y a los historiadores españoles contemporáneos, como Jaime Vicens Vives, o a los hispanistas ingleses o franceses con los que trató.
Las páginas de la biografía de don Antonio Domínguez Ortiz que más me han gustado, son las que describen sus años formativos en su ciudad natal (nuestra ciudad), Sevilla. Y su opinión de que la investigación histórica se justifica por la curiosidad humana. Pienso que su "testamento literario", España, tres milenios de historia, escrito con soberana claridad y sencillez, se benefició de sus grandes dotes pedagógicas.
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14 noviembre 2016
De Homero a Carlos París
Tres libritos he pescado ya en la Feria del Libro Antiguo de Sevilla, que se está celebrando estos días. Los anoto, por orden de antigüedad:
1. Georg Finsler, La poesía homérica. Traducción de Carlos Riba. Barcelona, editorial Labor, 1947. En el mostrador de la librería valenciana El Cárabo, 10 euros.
2. Enrique Larreta, La gloria de don Ramiro (una vida en tiempos de Felipe II). Madrid, Espasa-Calpe (colección Austral), 1960. En la librería Renacimiento, 3 euros.
3. Carlos París, Crítica de la civilización nuclear. Barcelona, Círculo de Lectores, 1994. También en El Cárabo, 5 euros. El filósofo Carlos París (1925-2014), que fue catedrático en Santiago, entre otros honores fue hasta su muerte presidente del Ateneo de Madrid. Su escritura es muy elegante. Recomiendo sus Memorias de medio siglo. De la Contrarreforma a Internet (Península, 2006).
Cosecha muy interesante e intensa...
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10 noviembre 2016
Ya está aquí la Feria del Libro Antiguo
De momento lo que más me gusta de la Feria de este año (que se inaugura el viernes), es el cartel, que reproduce una fotografía cedida por la Fototeca Municipal (Archivo Gelán), tomada en la "Fiesta del Libro" de Sevilla del año 1950. A estas alturas, 66 años después, seguiremos con las mismas actitudes de curiosidad detenida ante los libros, cualquier libro. Este año debuta en la feria la librería Boteros, que ha embutido su stand junto al "triángulo de las Bermudas" del libro antiguo sevillano (Castro, los Terceros, Alejandría, Sur, Renacimiento...). A ver qué veo.
09 noviembre 2016
El derecho a un cielo estrellado
"Nosotros los participantes de la Exposición IAU/ICSU/UNESCO sobre Impactos
Ambientales Adversos a la Astronomía declaramos que el cielo nocturno,
con sus hermosas estrellas y su mensaje acerca de nuestro lugar en el Universo, es
un precioso tesoro de la humanidad, en el cual confiamos para nuestro conocimiento
y compresión de nuestros orígenes y destino, y que la astronomía
es una de las mas fundamentales, apreciadas y accesibles de las ciencias.
Sin embargo, encontramos de la civilización que nutre nuestra ciencia está
produciendo un entorno con una influencia negativa desesperadamente seria sobre la
ciencia astronómica. Los cielos, que han sido, y siguen siendo, una inspiración
para toda la humanidad, han sido dañados hasta el punto de ser desconocidos para las
nuevas generaciones. Un elemento esencial de nuestra civilización y cultura
está perdiéndose rápidamente y ésta pérdida afectará
a todos los países del mundo.
Creemos que éste es un problema global que debe ser abordado por organizaciones
intergubernamentales y, acordemente, solicitamos a la UNESCO y al ICSU (Consejo Internacional
de Uniones Científicas) a emplear todos los medios disponibles para proveer asistencia
a la astronomía; a preservar los sitios de los mejores observatorios astronómicos
con la protección adicional de la designación como Patrimonio de la Humanidad;
a instar a estados miembros a proveer protección legal a sus principales observatorios
con el fin de preservar las condiciones naturales de observación; a instar a las agencias
espaciales y al Comité de las Naciones Unidas para el Uso Pacífico del Espacio
Exterior a lograr acuerdos en los niveles de desperdicios espaciales y buscar procedimientos
factibles de remover esta amenaza a la observación astronómica; a instar a
todas las organizaciones gubernamentales, intergubernamentales y no-gubernamentales cuyas
actividades puedan afectar el ambiente astronómico a poner el mayor empeño
en asegurar que el impacto de sus efectos sea mínimo y a perseguir la investigación
de vias para la potencial protección legal a nivel internacional".
Declaración acerca de la Reducción de Impactos Ambientales Adversos
a la Astronomía (París, 1992).
24 octubre 2016
El ayuno del fariseo de la parábola
En el evangelio dominical, en que se leyó la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14), me llamó la atención que el fariseo dijese en su oración que ayunaba "dos veces por semana". Me parecía una práctica caprichosa, pero me faltaba documentarme. Luego, consultando el pasaje en griego y latín, me sorprendió la alusión al sábado (gr. dís tu sabbátu, lat. bis in sabbato). Todas, todas las versiones que tengo a mano traducen (y bien) la frase invariablemente por "dos veces a la semana". Valgan como muestra la Biblia Americana (ing. I fast twice a week) [NAB], o la de Lutero (al. Jch faste zwyr ynn der wochen) [wiki]. Desde luego hubiera sido una traducción errónea "ayuno en sábado", porque el sábado es día de descanso, pero no de ayuno (ver el tratadito de Simon Philip De Vries, Ritos y símbolos judíos).
La Bibbia de la Conferenza Episcopale Italiana contiene una magnífica nota explicativa. Los fariseos piadosos del tiempo de Jesús, además del ayuno público, practicaban el ayuno privado, que podría hacerse el lunes y el jueves, es decir entre semana, nunca el día del descanso ritual o sábado. Por eso, en el griego del nuevo testamento (como en lengua hebrea), sábbaton puede significar tanto 'día del sábado', como 'semana', según el contexto. El latín de san Jerónimo heredó este sentido semítico del sábado. Puede verse, en el mismo evangelio de Lucas, el pasaje Lc 24,1 (una sabbati), pero también Lc 4,16 (die sabbati). El sabbatum es un caso manifiesto de semitismo del texto del evangelio, que se pierde irremediablemente en la traducción.
Termino con una curiosidad. Me molesté en consultar la definición de 'sábado' del diccionario de la lengua [rae]. Es un artículo enmendado en las últimas ediciones. El sábado se define como "sexto día de la semana, que es festivo para el judaísmo y otras confesiones religiosas". Lo gracioso es que díga que es el "sexto día", cuando se compadecería mejor con el relato del Génesis que dijese que es el "séptimo día". Que sea el sexto, o el séptimo, es algo convencional, aunque el diccionario cumple bien su función de registrar el uso de la lengua. La generalidad de los hablantes del español aprendimos en la escuela de pequeños a recitar los días de la semana, de lunes a domingo.
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04 octubre 2016
Cinco libros para mi isla desierta
Eso de escoger los libros que uno se llevaría a una isla desierta, me ha parecido siempre una chorrada. Primero, porque no nos vamos a ir a ninguna isla desierta. Segundo, como todo el mundo sabe, porque en las islas desiertas no hay libros. Tercero, porque si hubiera libros en la isla, no nos apetecería leerlos, sino que sólo querríamos dormitar a todas horas y soñar despiertos. Y cuarto, porque en los naufragios no se salvan libros buenos. Robinson Crusoe logró rescatar una Biblia en el suyo, pero nosotros, por simple cálculo de probabilidades, no podríamos aspirar más que a algún libro infumable del estilo de las novelas de Ken Follet. Pero bueno, ya un poco más en serio, lo de la isla desierta es eso que llaman un experimento mental, con que nos imaginamos qué libros nos gustan más. Auque la perspectiva de habitar una isla desierta es tan horrorosa como la de alcanzar la inmortalidad en la tierra, como en el relato de Borges (El inmortal). Si dispusiésemos de tiempo ilimitado, nos dedicaríamos a sestear, con las sienes apoyadas en el puño (ver el grabado del Robinson), y no ambicionaríamos leer nada. Todo se nos olvidaría, igual que en aquel cuento borgiano Homero se olvidó de sus cantos. Queremos hacer cosas, y entre ellas, leer libros, porque el tiempo apremia. Por eso carece de sentido decir que no se lee "porque no tengo tiempo". En realidad, habría que decir justamente lo contrario, que se lee porque no hay tiempo. En fin, he decidido aceptar el reto, y listar esos cinco hipotéticos libros que me llevaría a mi isla desierta. Estos son, y los comento:
1. La Biblia.
2. Las Confesiones de San Agustín.
3. La Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino.
4. El Quijote.
5. El Criticón de Baltasar Gracián.
La Biblia no es un libro, es una suma de libros, de todos los géneros y ciencias. Sola representa la tradición filosófica, espiritual y poética de un pueblo, de todos nosotros. Las Confesiones es otra selección obligada. Obra singular, única, que reúne todas las perspectivas posibles (lo interior y lo exterior, los hechos y las ideas). La Suma Teológica de Santo Tomás, como dice su título, reúne el saber filosófico y teológico más avanzado de su tiempo. En sus páginas hablan también los antiguos griegos, Platón y Aristóteles. Y es una obra cumbre de la mente y de la expresión verbal, en latín. El Quijote es el relato de la vida en camino (on the road), que nos procura felicidad a ratos. Para cerrar el número de cinco, hoy escogería El Criticón, máxima obra de letras y de saberes morales. Con todo, prefiero vivir a leer, aunque la lectura es parte de la vida.
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14 septiembre 2016
Lo que hace Satán con nosotros
That is the key to history. Terrific energy is expended — civilisations are built up — excellent institutions devised; but each time something goes wrong. Some fatal flaw always brings the selfish and cruel people to the top and it all slides back into misery and ruin. In fact, the machine conks. It seems to start up all right and runs a few yards, and then it breaks down. They are trying to run it on the wrong juice. That is what Satan has done to us humans.
C. S. Lewis: Mere Christianity, "The shocking alternative".
02 septiembre 2016
El futuro del libro
El futuro ya no es lo que era, dice la broma, y especular sobre el futuro del libro parece un entretenimiento de ociosos. Se quiere dar por supuesto que el libro impreso desaparecerá como desapareció el rollo (rotulus), y que pronto los libros ya sólo se leerán mediante instrumentos electrónicos (tablets). No lo sabemos, pero en la práctica que observamos hoy, creo que ambas vías, el libro físico, impreso, y el libro electrónico, virtual, convivirán mientras subsista la actual civilización cibernética. Esa es la tesis conclusiva de José Martínez de Sousa en su Pequeña historia del libro [trea]. Es cierto que internet ha barrido el papel y ha revolucionado la prensa diaria y los libros de consulta (los diccionarios o enciclopedias); pero de esto a afimar que el libro impreso caduca, va un gran trecho.
El libro, (el volumen material de un escrito), se ha presentado históricamente bajo cuatro formas: la tablilla, el rollo, el códice y el impreso, sucesión a la que ahora se quiere añadir el libro electrónico. Pero el cambio que ahora estamos experimentado, del libro impreso al libro electrónico, es cualitativamente diverso a las otras transiciones históricas. El libro impreso es una perfección tecnológica del códice. Pero no se puede decir que el libro electrónico perfeccione al libro de papel.
El libro electrónico es otra cosa, significa que pasamos del libro tangible al libro virtual. Este cambio es tan revolucionario como la transición de la enseñanza oral al discurso escrito, sobre el que reflexionó Platón en su mito de Theuth y Thamus, al que ya me he referido antes (aquí). El libro escrito exige del lector que le preste una atención muy distinta que al maestro que perora. Al libro no se le pueden hacer preguntas, como sí al maestro que está cerca y habla con nosotros. Algo semejante sucede con el libro electrónico. El libro tradicional, manuscrito o impreso, se puede tocar y medir con las manos. Pero el libro electrónico no. Ha perdido tangibilidad (como el discurso perdió oralidad al pasar al libro escrito). El libro electrónico es inferior al libro de papel, porque está disminuido en una de las dimensiones esenciales del libro, que es el volumen [rae]. Este es el factor explica la resistencia de muchos lectores al libro electrónico, que no es otra forma nueva de libro, sino algo muy distinto, a lo que no estamos habituados.
Recuerdo un año lejano (el curso 1981-1982), cuando no barruntábamos aún la extensión de la electrónica en los estudios, en que una profesora, en el aula, una mañana nos explicó cómo se lee un libro. No cómo se lee, simplemente, sino cómo se lee metódicamente un libro impreso. Todo comienza por el tacto de la cubierta, de las páginas, y el examen del interior del volumen y de los paratextos del libro (el prólogo, la introducción, los índices, las notas...), antes de entrar a leer a capón desde la primera página hasta la última, que es forma de leer tan desatenta como el comer a dos carrillos. ¿Aprenderemos igual a leer en una tableta? No creo que se pueda dar una respuesta uniforme, sino distinguir por clases de lectores y de libros. Por ejemplo, se puede leer la Biblia, o el Quijote, en la montaña o en la playa, en una tablet, muy a la ligera, pero el estudio serio, reverente, de las Escrituras, o de la prosa cervantina, en un gabinete, quizá justifique el uso de un soporte más noble del libro, en volumen.
La distinción anglosajona de fiction / non fiction parece muy tosca. Lo que cualifica al libro son sus usuarios y su utilidad. Los libros para pasar el rato pueden ir en la tableta electrónica sin problemas, lo mismo que los libros utilitarios, como son los textos de referencia, manuales y prontuarios, o los textos litúrgicos (los curas jóvenes ya han pasado con armas y bagajes a rezar con la tablet, en lugar del breviario).
¿Qué lugar queda entonces para el libro de papel? Mi hipótesis es que el libro impreso permanecerá para acompañar a los estudios nobles y humanísticos. El derecho mercantil bien puede estudiarse en soporte electrónico, pero la Biblia, o la literatura antigua, o la filosofía, no. Puede parecer un criterio caprichoso, fundado en una mera predilección estética, pero no es así. Hay razones objetivas para aplicar a libros distintos, formatos diferentes.
Los textos humanísticos (los que perfeccionan el espíritu y nos hacen más humanos) sólo alcanzan plenitud en todos los sentidos: auditivo, visual, táctil. No reconocemos como libros los que no podemos ver o tocar. Mucho perdemos con leer el Quijote en una pantalla electrónica, si no es que sólo pretendemos una lectura de lector corriente. Precisamente los textos tecnológicos (los que están orientados a las cosas), como puede ser un tratado de matemáticas, o un recetario de cocina, sí que se beneficiarán en cambio del libro electrónico, porque son libros que se agotan por el uso. Quizá mi conclusión sea que el libro impreso será en el futuro minoritario, destinado a la gente estudiosa, y no desaparecerá mientras pervivan los estudios nobles y humanistas.
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Adenda: “Es inimaginable que se lleve en procesión un iPad o una computadora portátil, o que en una liturgia un monitor sea solemnemente incensado y besado”, y por tanto, “la liturgia, es el bastión de resistencia de la relación texto-página contra la volatilización del texto desencarnado de una página de tinta; el contexto en el cual, la página permanece como el ‘cuerpo’ de un texto” [aciprensa].
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29 agosto 2016
Augurios sobre el libro
El pasado domingo, en el dominical del Abc, he leído un espléndido artículo de Juan Manuel de Prada, en el que entre otras curiosidades, se atreve a cantar un elogio del libro de papel (aquí). Me ha parecido tan sentido y sincero, y tan acertado, que no dudo en reproducir aquí, con mi aplauso, los augurios sobre el libro de Prada:
"Ciertamente, se venden muchos menos libros que antaño, pues las
angosturas económicas y la rapacidad y avaricia editorial han causado
grandes estragos. Pero, después de dejarnos arrastrar por la fascinación
tecnológica, hemos vuelto a descubrir (como hijos pródigos) que la
lectura más grata y reparadora es la que hacemos en un libro y no en un
artilugio electrónico; y que los libros que amamos queremos guardarlos,
ocupando sitio en la biblioteca, porque son vigías del tiempo que velan
por nosotros y entre sus páginas se esconde nuestra biografía; porque,
bajo su apariencia inerte y muda, nos brindan compañía y consuelo, en
las tormentas de la vida; porque basta que abramos uno de nuestros
libros más queridos, leídos allá en la lejana juventud, para evocar el
clima espiritual que su lectura nos procuró; y, al evocar aquel clima
del pasado, se alumbra nuestro futuro, aunque ya lo arañen las garras de
la vejez."
Por mi parte, en una próxima nota me atreveré, de nuevo, a hacer predicciones sobre el libro, sobre los libros. Ya lo he hecho antes (aquí). Largo me lo fiáis, y dentro de cien años, todos calvos...
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25 agosto 2016
Lecturas del verano de 2016
Otros veranos me he entregado a leer los clásico, el Quijote, las novelas ejemplares... En este, he ido picando de unos a otros libros, que puedo haber leído entero o en fragmentos. Aquí va una reseña de autores de esos libros leídos, o por leer, ordenados por antigüedad, con un mínimo comentario:
Tito Lucrecio Caro (99 a.C. - 53 a.C.). Voy por el libro IV (de los seis) del tratado De rerum natura, ese monumento del ateísmo antiguo. En castellano (la traducción del profesor Francisco Socas), aunque tengo al lado una edición biligüe latina e italiana, que compré en Roma por siete euros [Newton]. Ya me gustaría dedicarme a leerlo en latín.
Immanuel Kant (1724-1804). Ahora está de moda entre los políticos españoles decir que leen a Kant. Es muy difícil, porque hay que enterarse antes de qué va la filosofía. Yo he logrado la proeza de leer, por dos veces, la Crítica de la razón pura, que es una obra cumbre de la mente humana. Este verano me he limitado a leer uno de sus artículo tardíos, fascinante, "El fin de todas las cosas" (Das Ende aller Dinge).
Juan Valera (1824-1905). La Pepita Jiménez, por puro placer y contento, que son motivos muy poderosos para leer.
Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912). De los Heterodoxos, he leído dos capítulos, los que dedica a la vida aventura de el Abate Marchena, y el de José María Blanco White. Consultando otras lecturas, siempre es atrayente leer la pluma colérica del "polígrafo montañés". Me gustaría leer su Historia de las ideas estéticas en España.
Bertrand Russell (1872-1970). Un plato fuerte, el Analysis of matter, que me gustará completar más adelante con el Analysis of Mind. Ahora veo a Russell como un epicureo de estricta observancia, en su física y en su ética. Conexión con Lucretius.
Guillermo Cabrera Infante (1929-2005). Estoy empezando a leer su novela Tres tristes tigres (TTT), que me está pareciendo una obra de arte del lenguaje (del habla cubana), a la altura de Cervantes, Mark Twain o Julio Cortázar, por citar otros maestros semejantes, traídos al buen tuntún.
Jorge Edwards (1931). He estado absorto un buen número de días en la lectura de su "novela sin ficción" Persona non grata, que es un retrato tragicómico de Fidel Castro y del régimen castrista, con los que tuvo contacto como diplomático chileno en 1970.
Jesús Mosterín (1941). Como he estado leyendo a Russell, he consultado el brillante capítulo que le dedica Mosterín en su libro amenísimo Los lógicos.
Los veranos, con libros, son menos.
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30 junio 2016
Baltasar Gracián apocalíptico
Lo que más admira de la lectura de la inmensísima novela El Criticón, de Baltasar Gracián, es su familiaridad, la sencillez con que puede leerse (pese a su altísimo nivel cultural), y que no acertemos a identificar a qué otro libro se parece. Es un libro único. Esto de encontrar semejanzas y pares a las obras literarias tiene su fundamento, porque nunca se escribe en el vacío. Gracián fue hombre de muchas lecturas. Dentro de su oficio jesuítico, además de predicador famoso (es lástima que no pudiésemos verle y oírle), fue maestro de Sagrada Escritura. Creo que aquí se encuentra una traza explicativa de El Criticón. Mi hipótesis es que se trata de una novela apocalíptica, es decir visionaria (lo que es evidentísimo para cualquier lector). Como en el libro de las revelaciones de San Juan el apóstol, está llena de monstruos, que son las bestias mundanas, y su propósito es consolar y reconfortar, y animar a la buena conducta. Aquí se encontraría la clave de que esta novela admirable nos parezca tan extraña y singular. Es una conjetura que me limito a anotar.
14 junio 2016
Resurgimiento católico low cost
Ya he contado que en Sevilla ha abierto una franquicia de las librerías baratas Re-Read, en la calle Tarifa, 3, justo enfrente de La Campana. A mí me parece que tiene sus limitaciones. Está muy bien el precio fijo de venta (2 a 3 euros la unidad), pero la restricción también juega en la compra (unos misérrimos 20 céntimos por libro entregado). De esta manera, no se puede esperar que en una visita a la librería se encuentre nada de particular (sólo libros viejos o baratos), salvo que por casualidad veas algo que te llame la atención. El otro día me sorprendió encontrar este libro que voy a comentar, y que he leído "en diagonal" una de estas tórridas tardes del mes de junio... Se trata de El resurgimiento católico en la literatura europea moderna (1890-1945), del joven profesor Enrique Sánchez Costa, publicado hace un par de años [Encuentro]. Sánchez Costa, brillante doctor en humanidades, es hoy profesor en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), en Santo Domingo. Parece que este libro fue su tesis doctoral. Es evidente por tanto que se trata de una "tesis confesional". El libro, como ya digo, me ha costado 2,50 euros de low cost (cuesta la friolera de 29 euros en librerías). Veamos si es un chollo.
Primero, el tema. El título y la cubierta son ilustrativos. Con la etiqueta de resurgimiento católico se alude a un confuso grupo de autores (franceses, ingleses, españoles), muchos antagónicos entre sí, que hicieron militancia de su catolicismo en la primera mitad del siglo XX: la renouveau catholique, el catholic revival. Caso notorio, entre ingleses, G.K. Chesterton. Más difícil me parece hablar de un revival católico en España, fuera de escritores anecdóticos. Se habla de Unamuno, pero él iba a su aire, no era hombre de banderías de ninguna clase (y menos de las católicas). El profesor Sánchez Costa ha pecado de ambición y ha hecho un recorrido extenso, a costa de lo intenso. No me parece normal, por ejemplo, que en una publicación como esta se dedique un puñado de páginas para resumir, otra vez, el argumento de Brideshead revisited, novela de Waugh que goza de un extraño predicamento entre los católicos del ala conservadora. La novela habla de personajes católicos (de clase alta, no se olvide), pero me parece irrelevante para entender lo inglés.
En cuanto a la edición en sí misma del libro, a pesar de mi "lectura en diagonal", no sé cómo me las arreglo para tropezar con las erratas peores. En la página 372 se lee: "... como escribía Unamuno en La tía Lula... " (sic), errata grosera que delata que el texto editado no fue sometido a corrección (el autor la cita bien en nota a pie de página).
En cuanto a la edición en sí misma del libro, a pesar de mi "lectura en diagonal", no sé cómo me las arreglo para tropezar con las erratas peores. En la página 372 se lee: "... como escribía Unamuno en La tía Lula... " (sic), errata grosera que delata que el texto editado no fue sometido a corrección (el autor la cita bien en nota a pie de página).
Si se quiere ver este resurgimiento católico como un movimiento, peligrosamente próximo al fascismo de su tiempo (¿qué hacen las fotos de José Antonio Primo de Rivera en este libro?), habría que considerarlo como un caso de herejía, y no de ortodoxia en modo alguno (véase el caso de la Action française, batiburrillo peligroso de ideología y religión, condenada expressis verbis por el pontífice romano). De modo que no me puede parecer nada simpático este supuesto catholic revival. De hecho se comete, me parece a mí, una falacia de dicto simpliciter. Que este grupo poliforme de escritores se manifestasen como católicos, e hiciesen de la apología de la iglesia católica su bandera, no quiere decir que sus ideas, su ideología, fuese católica. Falta hacer un diagnóstico más severo de este resurgimiento. Para mí George Orwell, escritor en las antípodas de esa caterva católica, ya hizo un admirable análisis de la confusión de creencias e ideas políticas de este movimiento reaccionario católico, en su gran ensayo de 1940 Inside the Whale, que ya he comentado [aquí]. Debe releerse.
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07 junio 2016
De cine y derecho, Platón y los libros
Anoche daban por la tele una película en blanco y negro, que me he perdido, Brigada criminal (Ignacio F. Iquino, 1950). Me hubiera gustado verla porque es una de esas películas de buenos y malos (en la de Dillinger de Johnny Depp, se acaba por no saber quién es el bueno y quién es el malo). Me puse a darle vueltas al asunto del Film and the Law [Hart], quiere decirse lo que pueden enseñarnos las películas acerca del mundo jurídico. En esto han sido pioneros en España eximios juristas a la par que cinéfilos (todos recuerdan al fiscal Torres-Dulce). Hace veinte años, en 1996, el colegio de abogados de Madrid decidió celebrar su cuarto centenario publicando un libro maravilloso, Abogados de cine. Leyes y juicios en la pantalla, volumen colectivo en que colaboraban, por su conexión más o menos evidente con el cine y el derecho, entre otros, Jaime de Armiñán (Stico, 1985), Fernando Fernán Gómez (La vida por delante, 1958), Pilar Miró (El crimen de Cuenca, 1979), Fernando Vizcaíno Casas (abogado de artistas) o Eduardo Torres-Dulce (fiscal y cinéfilo), y ofrecía una antología comentada del cine jurídico norteamericano (The Verdict es una de mis favoritas, del subgénero "de juicios"). Mas tarde, en el año 2006, hay otro libro de nota, del letrado de Sevilla Emilio G. Romero, que aún no he leído todavía, Otros abogados y otros juicios en el cine español [Laertes], que parece muy recomendable, para documentarse. Bien, en realidad no quería yo ahora hablar del cine y el derecho, asunto en el que podría fácilmente embarbascarme, sino, mucho más en general, sobre los vehículos tecnógicos que sirven para enseñar y educar (puesto que el cine es un gran medio educador). Esto me ha llevado, inevitablemente, al maestro Platón.
He leído una vez más el mito de Theuth y Thamus, sobre la invención de la escritura, que se cuenta en el Fedro, pasaje bellamente comentado por el filósofo sevillano y universal Emilio Lledó en su libro El surco del tiempo (1992). Allí nos dice Platón, o Sócrates, opiniones que nos parecen plausibles. La escritura es un mal invento, porque leyendo no ejercitamos la memoria, ni aprendemos en lo más interior nuestro, porque nos fiamos de que la enseñanza está depositada en los escritos. Lo que está por escrito tan sólo nos vale como un recordatorio, cuando nos falla la memoria. Pero ni siquiera enseña, porque los escritos son mudos a nuestros interrogantes. El auténtico aprendizaje se logra en el diálogo vivo entre presentes.
A todo esto, como en muchas páginas platónicas, no es difícil asentir. Decimos en nuestro fuero interno: ¡cuánta razón tiene este Sócrates! Sin embargo... ¡ah...! Leer, o escribir, no puede ser tan malo. Aquí hay gato encerrado. Vale ya esa objeción evidente de que Platón se enemiste con la escritura, escribiendo, precisamente, y nosotros le asentimos, leyendo. Con acierto Rafael Sanzio representó a maestro y discípulo, Platón y Aristóteles, en el fresco de la Escuela de Atenas, con sendos libros en las manos, en actitud muy escolar (el Timaeus y la Ethica, véase). No, leer no debe ser tan malo. Es verdad que se aprende antes y mejor lo oído que lo leído. Cualquier estudiante (yo mismo, en el bachiller y en la facultad) te podría contar que muchas veces contestaba los exámenes por memoria auditiva, de oídas en clase, antes que de leídas. Es cierto que lo natural es la oralidad, oír decir, y que cualquier extensión artificial del lenguaje, procurada por medios técnicos (audiovisuales o táctiles), interpone una distancia entre el captar y el memorizar, que exige un mayor esfuerzo de atención. Psicólogos y neurólogos podrían explicarlo mejor que yo. La enseñanza y el aprendizaje oral es la situación natural. El uso de medios técnicos es artificial, pero no inhumano. Los maestros enseñan con la palabra, pero también deben enseñar a leer, y ahora a consultar internet. Y los estudiantes deben adquirir destreza en el uso de estos medios. Antes aprendíamos esforzadamente a escribir y leer, y ahora, con mayor naturalidad, los chicos se manejan con el instrumental informático.
Con el panorama técnico de nuestros días, me gustaría responder dónde quedan los libros. ¿Desaparecerán? Mi opinión es que no, que la escritura, aquella invención del dios egipcio Theuth en el mito, es un invento definitivo, como la rueda o el arado. Podrán perfeccionarse los soportes, pero el uso de la escritura será la misma. El cine es otro lenguaje distinto, como lo es la música. Digamos al viejo Sócrates que en todo proceso de enseñanza y aprendizaje, conviven distintos medios de expresión (oral, escrito, auditivo o visual) y que en cada medio es preciso un distinto nivel de atención en el oyente, lector o espectador. Me gustaría terminar con el caso que decía al principio, del Cine y el Derecho. Hay diversos medios de aprendizaje del derecho, pero no creo adecuado privilegiar ninguno. Recuerdo ahora algo leído, que el benemérito jurista Álvaro d'Ors, en su introducción al derecho, decía que el derecho se aprende en los libros. ¡No! El derecho se aprende, en la práctica de la vida diaria, en los tratos y riñas entre particulares, y también en los libros, donde anda escrito qué se habrá de resolver en cada caso. Pero también en la expresión fílmica, máximamente adecuada a lo jurídico (los procesos y contiendas consisten en un transcurso del tiempo, como el mismo relato cinematográfico). Y otra cosa habría que decir para el medio cibernético, que dejo para otra mejor ocasión, pero sobre lo que ya he comentado algo [aquí].
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He leído una vez más el mito de Theuth y Thamus, sobre la invención de la escritura, que se cuenta en el Fedro, pasaje bellamente comentado por el filósofo sevillano y universal Emilio Lledó en su libro El surco del tiempo (1992). Allí nos dice Platón, o Sócrates, opiniones que nos parecen plausibles. La escritura es un mal invento, porque leyendo no ejercitamos la memoria, ni aprendemos en lo más interior nuestro, porque nos fiamos de que la enseñanza está depositada en los escritos. Lo que está por escrito tan sólo nos vale como un recordatorio, cuando nos falla la memoria. Pero ni siquiera enseña, porque los escritos son mudos a nuestros interrogantes. El auténtico aprendizaje se logra en el diálogo vivo entre presentes.
A todo esto, como en muchas páginas platónicas, no es difícil asentir. Decimos en nuestro fuero interno: ¡cuánta razón tiene este Sócrates! Sin embargo... ¡ah...! Leer, o escribir, no puede ser tan malo. Aquí hay gato encerrado. Vale ya esa objeción evidente de que Platón se enemiste con la escritura, escribiendo, precisamente, y nosotros le asentimos, leyendo. Con acierto Rafael Sanzio representó a maestro y discípulo, Platón y Aristóteles, en el fresco de la Escuela de Atenas, con sendos libros en las manos, en actitud muy escolar (el Timaeus y la Ethica, véase). No, leer no debe ser tan malo. Es verdad que se aprende antes y mejor lo oído que lo leído. Cualquier estudiante (yo mismo, en el bachiller y en la facultad) te podría contar que muchas veces contestaba los exámenes por memoria auditiva, de oídas en clase, antes que de leídas. Es cierto que lo natural es la oralidad, oír decir, y que cualquier extensión artificial del lenguaje, procurada por medios técnicos (audiovisuales o táctiles), interpone una distancia entre el captar y el memorizar, que exige un mayor esfuerzo de atención. Psicólogos y neurólogos podrían explicarlo mejor que yo. La enseñanza y el aprendizaje oral es la situación natural. El uso de medios técnicos es artificial, pero no inhumano. Los maestros enseñan con la palabra, pero también deben enseñar a leer, y ahora a consultar internet. Y los estudiantes deben adquirir destreza en el uso de estos medios. Antes aprendíamos esforzadamente a escribir y leer, y ahora, con mayor naturalidad, los chicos se manejan con el instrumental informático.
Con el panorama técnico de nuestros días, me gustaría responder dónde quedan los libros. ¿Desaparecerán? Mi opinión es que no, que la escritura, aquella invención del dios egipcio Theuth en el mito, es un invento definitivo, como la rueda o el arado. Podrán perfeccionarse los soportes, pero el uso de la escritura será la misma. El cine es otro lenguaje distinto, como lo es la música. Digamos al viejo Sócrates que en todo proceso de enseñanza y aprendizaje, conviven distintos medios de expresión (oral, escrito, auditivo o visual) y que en cada medio es preciso un distinto nivel de atención en el oyente, lector o espectador. Me gustaría terminar con el caso que decía al principio, del Cine y el Derecho. Hay diversos medios de aprendizaje del derecho, pero no creo adecuado privilegiar ninguno. Recuerdo ahora algo leído, que el benemérito jurista Álvaro d'Ors, en su introducción al derecho, decía que el derecho se aprende en los libros. ¡No! El derecho se aprende, en la práctica de la vida diaria, en los tratos y riñas entre particulares, y también en los libros, donde anda escrito qué se habrá de resolver en cada caso. Pero también en la expresión fílmica, máximamente adecuada a lo jurídico (los procesos y contiendas consisten en un transcurso del tiempo, como el mismo relato cinematográfico). Y otra cosa habría que decir para el medio cibernético, que dejo para otra mejor ocasión, pero sobre lo que ya he comentado algo [aquí].
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23 mayo 2016
George Orwell, Pablo d'Ors
En el tedio de la tarde del domingo, hasta que comenzase la final de la Copa del Rey, me eché a leer los Ensayos de George Orwell. Son inagotables, enganchan. Casi centenarios, del siglo pasado, y parece que allí nos habla un contemporáneo, hasta tal punto fue asistido Orwell por el don de la profecía. Los abrí por el extenso Inside the Whale, del año 1940. Lo iba leyendo arrullado por el partido (que ganó el Barça). Comienza, y concluye, como un juicio crítico de la novela Tropic of Cancer (1934), de Henry Miller. Orwell conocía a Miller, y se lo encontró de camino a la guerra de España el año 36, donde Miller le previno que ir a esa guerra era una estupidez. Inside the Whale
es un ensayo magistral, porque toma como motivo las novelas de Henry
Miller para enseguida ganar altura (o profundidad, si de un mostruo marino se
trata), y hacer un incisivo recorrido ideológico por la narrativa y poesía inglesa de los años veinte y treinta. "En el vientre de la ballena", está pensando en el profeta Jonás. Es una metáfora debida al propio Miller (que se refería así a los diarios de Anaïs Nin). El profeta Jonás recibió un mandato de Dios, convertir a la ciudad de Nínive, pero navegando, en medio de la tempestad, acabó arrojado al agua y engullido por un gran pez, en cuyas entrañas se vio protegido de todo peligro. George Orwell sigue esa alegoría para pensar en una peculiar categoría de escritores, que como Jonás se han visto apartados de las dificultades del mundo, porque son incapaces de comprender, y viven de espaldas a la realidad (en el relato bíblico, Jonás era un tanto cabezota y no se enteró de la película ni aunque se lo explicase Dios mismo). Orwell distingue muy bien entre verdad y sinceridad. El valor literario es la sinceridad, aunque el autor sostenga ideas descabelladas, no verdaderas. Pone como ejemplo de acierto literario a Poe (nos creemos sus relatos, aunque no sean verdad). En el extremo opuesto, Orwell sitúa a los autores que pretenden defender un credo o ideología, o hacer propaganda, y que por eso fallan como artistas. No me resisto a copiar aquí una de esas sentencias orwellianas, de las que está repleta el ensayo: "Perhaps it is even worth noticing that the only latter-day convert of
really first-rate gifts, Eliot, has embraced not Romanism but
Anglo-Catholicism, the ecclesiastical equivalent of Trotskyism". El ensayo completo se puede leer [aquí]. Orwell concluye, proféticamente, que la literatura pequeño burguesa, de sentimientos impostados, está acabada. Anuncia un nuevo modo de narrativa, que será testimonio sincero del estado perplejo del alma humana.
No sé si he captado bien el fondo de las ricas ideas literarias, históricas, políticas, que vuelca George Orwell en Inside the Whale. Mientras lo leía, no pude evitar tener presente otras ideas que hormigueaban en la cabeza. Orwell discute, con ocasión de revisar la novela de Henry Miller, la narrativa del pasado (un ejemplo sería la imagen absurda de lo inglés de las novelas de Evelyn Waugh), frente a la narrativa del porvenir. Y me he preguntado si esa narrativa del porvenir, columbrada ya en 1940 por Orwell, no la tendremos ya entre nosotros. Estoy pensando ahora en la excepcional novela de Pablo d'Ors El olvido de sí. Una aventura cristiana [Prextextos]. Una obra de arte, concebida con gran dificultad, que consiste en narrar la vida del beato Carlos de Foucauld, desde su misma interioridad. No importa el exterior: importa la persona, uno mismo (la individualidad de Jonás). Leí esa novela hace tres años, y quedé tan impresionado que no logré redactar nada coherente para este blog, aunque me hubiese gustado. Aún conservo el recuerdo de esa intensa lectura, que para mí es garantía de excelencia. Creo que Pablo d'Ors representa ahí la narrativa del porvenir, en el sentido que vislumbraba George Orwell.
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No sé si he captado bien el fondo de las ricas ideas literarias, históricas, políticas, que vuelca George Orwell en Inside the Whale. Mientras lo leía, no pude evitar tener presente otras ideas que hormigueaban en la cabeza. Orwell discute, con ocasión de revisar la novela de Henry Miller, la narrativa del pasado (un ejemplo sería la imagen absurda de lo inglés de las novelas de Evelyn Waugh), frente a la narrativa del porvenir. Y me he preguntado si esa narrativa del porvenir, columbrada ya en 1940 por Orwell, no la tendremos ya entre nosotros. Estoy pensando ahora en la excepcional novela de Pablo d'Ors El olvido de sí. Una aventura cristiana [Prextextos]. Una obra de arte, concebida con gran dificultad, que consiste en narrar la vida del beato Carlos de Foucauld, desde su misma interioridad. No importa el exterior: importa la persona, uno mismo (la individualidad de Jonás). Leí esa novela hace tres años, y quedé tan impresionado que no logré redactar nada coherente para este blog, aunque me hubiese gustado. Aún conservo el recuerdo de esa intensa lectura, que para mí es garantía de excelencia. Creo que Pablo d'Ors representa ahí la narrativa del porvenir, en el sentido que vislumbraba George Orwell.
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19 mayo 2016
El índice Orwell
El otro día estuvimos discutiendo con una madre de hijo adolescente, una vez más, sobre la inveterada cuestión de si los libros son caros. La madre compungida me contaba que se vio apremiada a comprarle al niño, de un día para otro, un libro de lectura obligatoria en el Instituto, La familia de Pascual Duarte. Se fue corriendo a "La Casa del Libro", e insistió en que le mostrasen lo más barato, en bolsillo. La edición de Destino, la que le enseñaron, me decía, costaba 18,50 euros. Le parecía caro, y a mí también. De hecho, esta novela de Camilo José Cela se puede encontrar mucho más barata, en la edición de Austral, por unos 7,95 euros. Con todo, para muchas familias que tengan lo justo para comer y vestir, y encender las luces, un gasto como este, que parece modesto para un asalariado, puede representar una carga, un lujo.
Yo no sabría decir, en verdad, si un libro de 7,95 euros es objetivamente caro o barato. En parte es de apreciación subjetiva del consumidor, y depende de sus prioridades de compra. Se me ha ocurrido una forma de medirlo, que voy a llamar el índice Orwell. Se construye con estadística muy rudimentaria. Digamos que su novelita Animal Farm. A fairy story, puede ser un libro representativo de gran lectura de muchos jóvenes ingleses. Puede comprarse, en la edición barata de Penguin, por £ 7,08, unos 8,99 euros al cambio [Book Depository]. Para comparar este precio inglés con los precios españoles, puede además introducirse una corrección, que depende del PIB per capita de Reino Unido y España [eurostat]. En el año 2014, el índice, respecto de la media UE28 ha sido respectivamente de 109 y 91 (España es un 17% más pobre, de media, que el Reino Unido). El índice Orwell corregido sería entonces de 7,50 euros (=8,99*91/109). Es muy próximo al "índice Pascual Duarte" (7,95 euros). Podríamos afirmar entonces que los libros de lectura escolar en España no son necesariamente más caros que en el Reino Unido, tomando como referencia de contraste nuestro "índice Orwell". Claro que la percepción es que en el Reino Unido puede haber más afición a la lectura, y oferta más abundante de libros sixpence.
Yo diría que los escolares españoles debieran aplicarse a leer mejor la fábula orwelliana Rebelión en la Granja, antes que el Pascual Duarte. Y si se pretende que lean los clásicos modernos de nuestra lengua, sería preferible que leyesen el Marcelino pan y vino. Pero estos son ideas extravagantes de un outsider como yo, naturalmente.
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13 mayo 2016
Gracianists of the world, unite!
Una vez más me he embarcado en la lectura apasionante de El Criticón, del jesuíta aragonés universal Baltasar Gracián. Comencé a leerla con dieciséis años, en una módica edición de la colección Austral, en letra chiquitísima, cuidada por otro jesuíta, Ismael Quiles. Lectura que nunca defrauda, y que tiene la sorprendente virtud de hacer aborrecer casi todas las demás. Es verdad, después de leer a Gracián, es difícil que te convenza un libro vulgar. Esta vez, me ha llamado la atención su tremendo sentido humorístico. Por ejemplo, cómo se ríe de los tratados de urbanidad en la crisi "El golfo cortesano" (I, 11). Gracián fue jesuíta, y se dedicó a enseñar, predicar, y desde luego a escribir. No fue un hombre aventurero, aunque se movió mucho. Merece la pena que se cuente su vida, su educación y cultura. Hay varias biografías, que tal vez estén quedando anticuadas, así que habría que hacer una nueva, renovada, con las últimas noticias documentales. Mi homenaje a Baltasar Gracián (fuera aparte de leerle con admiración) será aquí unas reflexiones, siguiendo el guión de "La Internacional":
¡Arriba, parias de la Tierra! ¡En pie, famélica legión!
No sólo tenemos hambre de pan, sino también de alimento espiritual. Somos indigentes de sabiduría. Baltasar Gracián es lectura de parias, que no tienen otra riqueza más que la interior, dentro del alma.
Atruena la razón en marcha: es el fin de la opresión.
El mundo, o llámalo "el capital" si quieres, te oprime. Eso se va a acabar, medita, reflexiona que tú vales más que el mundo. Acaba con él, dale un papirotazo.
Del pasado hay que hacer añicos. ¡Legión esclava en pie a vencer!
Lee y vencerás. Despierta, no seas demente, líbrate de tus esclavitudes. Aprende y entérate de quién eres, cuál es tu dignidad.
El mundo va a cambiar de base. Los nada de hoy todo han de ser.
Nada somos los parias frente a los soberbios. Lo somos todo leyendo, pensando, comprendiendo.
Agrupémonos todos, en la lucha final.
Leamos juntos El Criticón. ¡Gracianistas del mundo, uníos!
El género humano es la internacional.
La fama de Baltasar Gracián es global, traducido a las lenguas cultas (Das Kritikon, L'Homme de Cour, The Art of Worldly Wisdom, Oracolo manuale e arte di prudenza). Pero los lectores en lengua castellana tenemos derecho a considerarlo un autor hispano. ¡Leamos todo el mundo a Baltasar Gracián!
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04 mayo 2016
De Trajano a Boteros
Algo se mueve en Sevilla. En poco tiempo, han abierto cinco librerías de libro viejo o reciclado en la ciudad (si no me olvido de alguna otra). Esta será mi crónica personal. Hace seis meses, hice un recorrido sentimental por las librerías de la calle Sierpes que conocí de niño [aquí]. Pues, qué poco se parecen las librería nuevas a las antiguas...
Prior tempore, la librería de José Manuel Padilla (el impresor de la imagen) [fb], que se ha mudado de la calle Feria a la calle Trajano, ganando espacio para su taller, escuela y actividades culturales. Los más antiguos recordamos su vieja librería de la calle Laraña, enfrente de la iglesia de la Anunciación. Allí compré de viejo uno de mis libros más queridos, las Poesías del malogrado Alejandro Collantes de Terán (Patronato de Publicaciones del Ayuntamiento de Sevilla, 1949).
Un estreno prometedor es la librería Boteros, en la calle del mismo nombre, en una esquina estratégica (el local que fue antes sastrería) entre la Alfalfa y la plaza de san Ildefonso [fb]. La ha organizado Daniel Cruz a la antigua usanza, primando la estética y los valores vintage. Allí me he estrenado con una limpia edición, en la Revista de Occidente, del Catolicismo y protestantismo de José Luís L. Aranguren [Espuny].
Hace sólo cuatro días que ha abierto la Librería Rola (también de la saga de Padilla), en la calle Jáuregui. Le rendí visita, después de atravesar la plaza Ponce de León y el monumento al cantaor, saetero, José María Pérez Blanco, Pepe Peregil. Ya en la librería [Rola], estuvimos discutiendo los conceptos de libro antiguo (los centenarios), los viejos, y los de segunda mano. En Rola se dedican al libro "nuevo viejo" (voy a llamarlo así), que no es de librería de nuevo, pero que tampoco está sucio ni nada de eso. Pero en una rápida inspección, me encontré con un libro dedicado de José María Pemán, las Nuevas Poesías (1925), ejemplar que se vende allí por 65 euros.
Otro estreno sorprendente es una tienda franquiciada de Re-Read, librería low cost (1 libro, 3 euros; 2 libros, 5 euros; 5 libros, 10 euros). La cosa está inventada, pero le añaden una atmósfera cool. Abierta en pleno centro, en la calle Tarifa (enfrente de La Campana, a un paso de "Los gallegos", restaurante de comida casera buena y barata). El proyecto nació en Barcelona [ElPaís]. El paso crítico es el abastecimiento de la librería. Aquí en Sevilla compran a 20 céntimos la pieza; muy cicatero me parece, en Barcelona ofrecen, según leo, 1 euro. Veremos cómo logra competir en esta plaza. De momento, confieso que me he estrenado con un ejemplar sensacional, El evangelio según Juan, de Raymond Brown, dos tomachos por 5 euros, que de nuevo la editorial Cristiandad lo vende a 70 euros [Cristiandad]. El viejo todavía conserva el sello de la minúscula librería, ya desaparecida, de PPC en la calle Tte. Col. Seguí.
Y en fin, la última, La Isla de Siltolá Libros & Vinos (¿y por qué no "libros & cerveza", en una ciudad como la nuestra?), en la muy castiza y taurina calle de San Bernardo, extramuros de la ciudad, pero a la que se llega dando un paseo, atravesando Santa María la Blanca y el antiguo cuartel de Intendencia de la Puerta de la Carne. El local, truly impressive, está pensado como lanzadera de las novedades editoriales de Siltolá, y como depósito de sus fondos, que van siendo importantes.
Me entran ganas de contar mis aventuras en las viejas librería de viejo de la ciudad, pero ya será otro día. ¿Qué está pasando, entonces, en Sevilla? Digo de compra y venta de libros. Pues no lo veo claro, aunque el mercado de libros está mutando a ojos vista. La gran amenaza son los nativos digitales, estos jóvenes que ven un libro y parece que han visto al diablo, y no leen libros de papel ni a tiros. Como la prensa gratuita, esta oferta abundante de libro barato, low cost, no necesariamente muerde el mercado del libro nuevo (ese que dicen machaconamente que está muy caro), sino que protege a la clientela potencial. El lector de libro viejo también puede leer libro nuevo, hoy o mañana. Lo uno no quita lo otro. Así y todo, pienso que la verdadera señal de distinción cultural de una ciudad no son sus flamantes librerías de novedades, sino el amor con que cuida a los libros antiguos y viejos. El panorama librero sevillano no se parece ya, claro, al que conocí en mi juventud, donde aún subsistían librerías centenarias como las de Tomás Sanz o Pascual Lázaro. Pero es muy atractivo, y con futuro, para los que creemos en el valor de los libros.
(La imagen del librero Padilla, "pegando las cabezadas de un libro", [via]).
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28 abril 2016
Ibáñez Langlois, Ganivet, Lojendio
Ibáñez Langlois, Ganivet y Lojendio es la nómina de autores de los libros que he pescado hoy en el Jueves. Hubo también alguna sincronicidad (en el sentido que le da a esta palabra el psiquiatra C.G. Jung), pero voy a pensar mejor que los hallazgos felices no deben ser tan extraños cuando trasteas entre libros viejos. En general, tres buenos librejos, por 7 euros el lote. Esto es no volver con las manos vacías. Y esta es la reseña:
José Miguel Ibáñez Langlois : La creación poética. Madrid, Rialp, 1964. Flamante, intonso. Es obra juvenil, aunque el autor ya se había ordenado sacerdote (en 1960).
Ángel Ganivet : Ideario. Textos escogidos por José García Mercadal. Prólogo de Emilio Gascó Contell (conferencia impartida en la universidad de Helsingfors en 1963). Madrid, Afrodisio Aguado, 1964. Buen libro.
Ignacio María de Lojendio Irure : Régimen político del Estado Español. Barcelona, Bosch, 1942. Lojendio fue catedrático de derecho político en la universidad de Sevilla, fallecido en 2002 [Abc]. Cuando ingresé en la facultad, él aún era docente (pero me enseñó otro profesor carismático de entonces, Manuel Romero Gómez [us]). Lojendio ha sido maestro de constitucionalistas notorios, como Javier Pérez Royo, que se ha jubilado hace un par de años [us]. El libro, intonso; encuadernado quedará mejor.
Y eso es todo por hoy.
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22 abril 2016
Sincronicidad y libros
Ayer tuve un golpe de fortuna en el Jueves (en Sevilla es el mercado como el Rastro en Madrid). En un baratillo me encontré un libro casi inencontrable, Sevilla en su cielo, una colección de artículos de prensa del grandísimo poeta sevillano Juan Sierra, que editó en su homenaje el distrito de Triana en 1984. Por 7 euros me lo vendieron, sin regateos. Bien merecía una reedición, como las mismas poesías, que caben en un librito (el que publicó La Veleta en 1992, que guardo como oro en paño [Comares]). Esto de comprar libros viejos es una afición venatoria, con que calmar el spleen.
No salgo de pobre con los libros, pero me hacen rico de espíritu. Y de esto va lo que quiero contar, a propósito de una nueva antología de escritos del siempre sugestivo psiquiatra C.G. Jung [Trotta]. Muchos lectores que no tienen un conocimiento riguroso de la psicología profunda, pueden asociarlo a una noción muy difundida, la de sincronicidad [Synchronizität], acuñada por Jung. La sincronicidad es un fenómeno corriente, que Jung estudia como manifestación del inconsciente. Son esas casualidades improbabilísimas (me acuerdo de un amigo que hace tiempo que no hablo con él, y en ese mismo momento me llama por teléfono, o me lo tropiezo al doblar la esquina), o esas premoniciones que nos llegan en sueños o en la vigilia. Estas coincidencias no pueden explicarse por causas físicas (son "acausales") y postulan un acceso a dominios fuera del tiempo y del espacio. Bueno, no quiero seguir porque no soy especialista, ni tampoco quiero darle mayor importancia a las casualidades extrañas.
Los coleccionistas también experimentamos, en ocasiones, sorprendentes sincronicidades. Como ayer jueves mismo. El miércoles por la noche me entretuve leyendo cosas sobre San Juan de la Cruz. El padre Ángel Custodio Vega O.S.A., prior del monasterio de El Escorial, decía que en su tiempo había buenas hagiografías sobre el santo, pero ninguna buena biografía. Como la del carmelita Crisógono de Jesús. Eso era el miércoles. El jueves por la mañana, me encuentro tendido en el suelo, en el mercado de el Jueves, el bonito estudio de San Juan de la Cruz, del padre Crisógono de Jesús (Barcelona, ed. Labor, 1946), que me llevé por 1 euro, ¿es o no casualidad? Podría seguir contando más casualidades (en un coleccionista constante son frecuentes), pero basta por hoy.
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