Antes de seguir con los temas del cuerpo y el alma, me ha parecido bien hacer una parada epistemológica en torno de los saberes sagrados y profanos, y así convenir los límites de nuestra discusión.
Después de un conciso prologus, modelo de pedagogía, Santo Tomás coloca en el mismo punto de partida de la Summa la pregunta de por qué es necesaria la teología [utrum sit necessarium, praeter philosophicas disciplinas, aliam doctrina haberi]. Es un texto tan breve, tan denso y tan sugerente, que ningún aprendiz de sabio debiera desconocerlo; puede leerse en latín o castellano en la página de la Fundación Balmesiana. Nosotros nos detendremos ahora en extraer alguna de sus ideas sobre el conocimiento racional, es decir el propio de la filosofía.
1. Dice el sabío judío Jesús Ben Sirá: "No ambiciones lo que es difícil para tí, no investigues lo que supera tus fuerzas. Pon tu atención en lo que se te manda, y no te preocupes por cosas misteriosas" (Eclo 3,21-22). Santo Tomás ha adoptado estas palabras como lema de la conducta filosófica: altiora te ne quaesieris. El filósofo ha de adoptar una actitud de humildad y parsimonia, evitando indagar aquello que excede de las posibilidades de su conocimiento [ea quae sunt altiora hominis cognitione]. Su primer deber es, por tanto, conocer los límites del conocimiento racional.
2. El conocimiento filosófico es una iluminación de la razón [lumen naturalis rationis], en tanto que la teología se ilumina por la revelación [luminae divinae revelationis]. La representación del saber como una luz que se recibe es la metáfora más bella y afortunada de la filosofía, y expresa intuiciones profundas sobre los procesos cognitivos. Platón decía de sus enseñanzas filosóficas: "No hay ni habrá nunca una obra mía que trate de estos temas; no se pueden, en efecto, precisar como se hace con otras ciencias, sino que después de una larga convivencia con el problema y después de haber intimado con él, de repente, como la luz que salta de la chispa, surge la verdad en el alma y crece ya espontáneamente" (Carta VII 341c). Lo que nos hace pensar que la verdad no se encuentra, sino que se descubre, y que el esfuerzo filosófico obedece a una característica profunda o propensión natural de nuestra mente a conocer la realidad de las cosas.
3. Por la sabiduría el hombre persigue la salvación [salus], conociendo el fin que debe guiar su conducta y reconociendo la verdad, que está en Dios. Pero la verdad excede de las posibilidades de la razón [comprehensionem rationis excedit], como dice el profeta Isaías: "Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti que hiciera tanto por el que espera en él" [Oculus non vidit, Deus, absque te, quae praeparasti exspectantibus te] (Is 64,4). Santo Tomás desconfía de que las disciplinas filosóficas por sí mismas, sin ser asistidas de la revelación divina, alcancen estas verdades suprarracionales: "Pues la verdad de Dios, pocos filósofos pueden ofrecerla al hombre indagándola con la razón, después de largo tiempo y confundida con multitud de falsedades" [Quia veritas de Deo, per rationem investigata, a paucis, et per longum tempus, et cum mixtione multorum errorum, homini proveniret]. Así pues Santo Tomás duda de que la filosofía por sí misma pueda socorrer nuestra condición de hombres arrojados a la naturaleza.
De lo que nos enseña el Doctor Angélico se desprende que hay una verdad que buscar, que es Dios. Así que concluiremos por hoy con una duda, y es si la filosofía misma, no asistida de la luz de la revelación divina, o llámese sabiduría, puede identificar sus propios fines o alguna verdad en absoluto.
Enlace a una entrevista al profesor holandés de filosofía, especialista en Santo Tomas, Rudi te Velde
Después de un conciso prologus, modelo de pedagogía, Santo Tomás coloca en el mismo punto de partida de la Summa la pregunta de por qué es necesaria la teología [utrum sit necessarium, praeter philosophicas disciplinas, aliam doctrina haberi]. Es un texto tan breve, tan denso y tan sugerente, que ningún aprendiz de sabio debiera desconocerlo; puede leerse en latín o castellano en la página de la Fundación Balmesiana. Nosotros nos detendremos ahora en extraer alguna de sus ideas sobre el conocimiento racional, es decir el propio de la filosofía.
1. Dice el sabío judío Jesús Ben Sirá: "No ambiciones lo que es difícil para tí, no investigues lo que supera tus fuerzas. Pon tu atención en lo que se te manda, y no te preocupes por cosas misteriosas" (Eclo 3,21-22). Santo Tomás ha adoptado estas palabras como lema de la conducta filosófica: altiora te ne quaesieris. El filósofo ha de adoptar una actitud de humildad y parsimonia, evitando indagar aquello que excede de las posibilidades de su conocimiento [ea quae sunt altiora hominis cognitione]. Su primer deber es, por tanto, conocer los límites del conocimiento racional.
2. El conocimiento filosófico es una iluminación de la razón [lumen naturalis rationis], en tanto que la teología se ilumina por la revelación [luminae divinae revelationis]. La representación del saber como una luz que se recibe es la metáfora más bella y afortunada de la filosofía, y expresa intuiciones profundas sobre los procesos cognitivos. Platón decía de sus enseñanzas filosóficas: "No hay ni habrá nunca una obra mía que trate de estos temas; no se pueden, en efecto, precisar como se hace con otras ciencias, sino que después de una larga convivencia con el problema y después de haber intimado con él, de repente, como la luz que salta de la chispa, surge la verdad en el alma y crece ya espontáneamente" (Carta VII 341c). Lo que nos hace pensar que la verdad no se encuentra, sino que se descubre, y que el esfuerzo filosófico obedece a una característica profunda o propensión natural de nuestra mente a conocer la realidad de las cosas.
3. Por la sabiduría el hombre persigue la salvación [salus], conociendo el fin que debe guiar su conducta y reconociendo la verdad, que está en Dios. Pero la verdad excede de las posibilidades de la razón [comprehensionem rationis excedit], como dice el profeta Isaías: "Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti que hiciera tanto por el que espera en él" [Oculus non vidit, Deus, absque te, quae praeparasti exspectantibus te] (Is 64,4). Santo Tomás desconfía de que las disciplinas filosóficas por sí mismas, sin ser asistidas de la revelación divina, alcancen estas verdades suprarracionales: "Pues la verdad de Dios, pocos filósofos pueden ofrecerla al hombre indagándola con la razón, después de largo tiempo y confundida con multitud de falsedades" [Quia veritas de Deo, per rationem investigata, a paucis, et per longum tempus, et cum mixtione multorum errorum, homini proveniret]. Así pues Santo Tomás duda de que la filosofía por sí misma pueda socorrer nuestra condición de hombres arrojados a la naturaleza.
De lo que nos enseña el Doctor Angélico se desprende que hay una verdad que buscar, que es Dios. Así que concluiremos por hoy con una duda, y es si la filosofía misma, no asistida de la luz de la revelación divina, o llámese sabiduría, puede identificar sus propios fines o alguna verdad en absoluto.
Enlace a una entrevista al profesor holandés de filosofía, especialista en Santo Tomas, Rudi te Velde
Velde, R. A. te, «Aquinas on God: The Divine Science of the Summa Theologiae». (Ashgate Studies in the History of Philosophical Theology: Ashgate, Aldershot [Hampshire] - Burlington, 2006) VIII, 192 pp. [Cens.: Cross, R. A.: The Journal of Ecclesiastical History 58/2 (2007) 332-333].
ResponderEliminarVía: Bibliographia Thomistica
Mi pregunta de momento es:
ResponderEliminarLo esencial estaba ya contenido en el poema de Parménides. Sí o no?
Esa es, en sustancia, la célebre definición del Vaticano Iº:
ResponderEliminar"[Del hecho de la revelación sobrenatural positiva]. La misma santa Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas creadas; porque lo invisible de Él, se ve, partiendo de la creación del mundo, entendido por medio de lo que ha sido hecho" Dz 3004.
Sin embargo es también "clásico" insistir sobre la matización del "puede", que supone cierta objección a que la razón (afectada por el pecado) pueda conseguir, de hecho, esa meta del conocimiento de Dios.
+T.
Emilio, no he leído el poema de Parménides (que además está mutilado); lo conozco por la descendencia posterior, sobre todo por las discusiones platónicas.
ResponderEliminarEn perspectiva histórica, lo esencial está repartido entre Parménides y Heráclito. Aunque podríamos descubrir que sus pensamientos son ecos y reverberaciones de ideas más antiguas y lejanas.
Es un fenómeno que me interesa mucho, porque creo que lo esencial, a lo que podemos convenir en llamar la Verdad, es ecuménico, está compartida por toda la humanidad. Cambiarán los ropajes literarios y lingüísticos, pero creo que podemos sentirnos muy afines a los pensadores griegos o hindúes de la antigüedad.
Además, creo aún más sugerente que los modos o alternancias de pensar son muy limitados. Podemos ser "parmenídeos" o "heraclitianos" (o incluso adoptar una posición moderada, intermedia o ecléctica). Pero las posibilidades de variación ideológica son muy estrechas.
Si se acepta la continuidad mente/materia, tendríamos que convenir que las restricciones en nuestra capacidad de inventar nuevas ideas viene impuesta por la configuración de la realidad.
Terzio, no sé si esa definición del Vaticano I puede tener estas otras lecturas:
ResponderEliminar1. Creer en Dios no es una creencia inconsistente.
2. El que no cree es porque no quiere.
Cfr. Rm 1,20-21 ; Sb 13,1-9.
ResponderEliminarAmbos textos son muy contundentes.
De todas formas, la exclusión de Dios y su revelación siempre aparecen como una especial ofuscación fruto del pecado (que afecta a la razón-voluntad).
(Las intuiciones de los pre-socráticos son tan admirables como "generales"; su explicitación/desarrollo en el discurso filosófico posterior es uno de los fascinantes temas de la Filosofía; diría más: es casi una piedra de contraste para reconocerla).
+T.
Que la existencia de Dios es "manifiesta" es lo más cerca que se puede decir de que sea "evidente". En la evidencia (intelectual) no hay trabas ni interposiciones. En la manifestación (en el mundo) se interpone toda la fábrica humana: la política, la técnica, las finanzas... La vía más practicable para todos de conocer a Dios se convierte en la más ardua. Eso lo explica muy bien esos textos de la carta a los romanos, y del libro de la sabiduría.
ResponderEliminarJoaquín: una cosa es sostener que "creer en Dios no es inconsistente" y otra que "el que no cree es porque no quiere". Seguro que todos conocemos personas que darían cualquier cosa por creer y no lo consiguen. El argumento de Schellenberg que citaba el otro día tiene que ver precisamente con eso. Se da la "increencia no culpable" (gente que, buscando sincera, honesta, anhelantemente a Dios, no le encuentra). Y un Dios infinitamente bondadoso no hubiera permitido la "increencia no culpable". Moser le contesta algo así como que Dios tiene derecho a revelarse en la forma que considere oportuna (tenue o rotunda, dubitable o inequívoca). "¿Quién tiene derecho a decidir cómo pueda conocerse a Dios: los hombres o el propio Dios? Dada nuestra completa inferioridad en relación a Dios, ¿podemos razonablemente plantear exigencias a Dios acerca de de nuestra forma preferida de conocerle? `...] Dios no nos debe en absoluto tal cosa [God evidently owes us no such thing at all]". CURRO.
ResponderEliminarCurro, ese debate entre Schellenberg y Moser me recuerda otro famoso litigio, el que pretendía mantener Job con Dios. Mi posición personal está más cercana, como ya he contado aquí, con el ejemplo de Teresa de Lisieux. Hay que confiar como niños. Y entonces, ¿el debate racional, la teología, la filosofía? Desde luego no me lo tomo como un mero entretenimiento, sino como forma de asegurarme que la creencia en Dios -en la que me instalo confiadamente como niño- también es racionalmente consistente. Y filosofar -o hacer como que se filosofa- es una tarea muy digna, y en cierta medida también, redentora.
ResponderEliminarNo es sólo que la razón comprenda, es también que la voluntad acepte.
ResponderEliminarEl ateísmo depende más de una voluntad que niega que de una razón que no entiende.
+T.
De momento, Joaquín, sólo una cuestión de "técnica procedimental": me es imposible incluir tu blog en mi feedreader porque dice que no tienes RSS. Así que no me puede avisar cuando se actualiza, y siempre llego tarde. Pero, bueno, nunca es tarde si la dicha es buena, como en efecto lo es.
ResponderEliminarEn fin, mir a ver si lo puedes solucionar.
Gracias, Enrique, espero que ahora sí, después de haber tocado en el motor.
ResponderEliminarLa cosa sigue "summa"mente interesante. Sobre el tema de Parménides y (sobre todo) Heráclito os recomiendo modestamente el libro "Razón Común. Heráclito" de Agustín García Calvo (editado en su propia editorial, Lucina).
ResponderEliminarGracias, Juan Manuel, anotado.
ResponderEliminarCreo que el título de Agustín García Calvo ya es una declaración de principios: ¿Logos = Razón?
Por culpa de estas entradas he tenido que premiarte en mi blog con el thinking blogger award ;)
ResponderEliminarJuan Manuel,
ResponderEliminarGracias por la recomendacion del "sabio zamorano", pero volviendo a Parmenides: Alguien ha leido "El parricidio fallido" de Emanuelle Severino?. Basicamente sugiere que con Parmenides comenzo un bucle en el saber que se cerro con Einstein, por eso llama a Einstein, Parmenides. Puede que Severino sea tambien Parmenides y don Agustin, en ese caso, seria Heraclito, en estos tiempos que nos tocan vivir de cerrar el nudo de la sabiduria.
POr cierto, Joaquin, he cambiado el nombre al segundo blog: biologia teorica pasa a ser La vida y la biologia (http://lavidaylabiologia.blogspot.com/).
Buen fin de semana a todos,