...Y ahora debemos descalzarnos para entrar en el santuario de la sabiduría tomista... El tratado De natura ipsius hominis se extiende a lo largo de las quaestiones 75-89 de la primera parte de la Summa Theologiae. En la introducción nos avisa Santo Tomás que "el teólogo considera la naturaleza del hombre por la parte del alma"; cautela importante, porque en todo lo demás los hombres no nos distinguimos mayormente del resto de los objetos del universo. Así que vayamos a la pregunta: ¿qué es alma [anima], eso que nos distingue a los hombres de las cosas y de los brutos? ¿Qué entiende Stº Tomás de Aquino por alma?
El alma, según Tomás, es el primum principium vitae, que se manifiesta en el movimiento [motus] y el conocimiento [cognitio] (1 q.75 a.1). El alma es la vida de los seres animados [animatae], es decir las cosas que decimos que viven: un león, un asno, un hombre. Y lo que distingue el alma del hombre de la de los restantes brutos es que conoce, y por eso se le llama inteligencia [intellectus] o mente [mens] (1 q.75 a.2).
Pasemos por alto la taxonomía tomista, tributaria del estado de la ciencia de su época. Porque no falta hoy quien sostenga que cualquier objeto del cosmos, p.ej. un electrón, o un virus, tiene vida y mente propia en sentido análogo, como protovida o protomente. Si atendemos al alma humana, que se manifiesta en el movimiento vital y en la capacidad mental de conocer, ¿no es acaso sino la vida que estudian los biólogos, o la mente de los psicólogos?
Cuando oímos la palabra alma, nos figuramos imaginativamente una especie de geniecillo, vapor invisible o espectro que habitaría misteriosamente en nuestro interior, como el fantasma de una máquina, the ghost in the machine; y resulta que el alma no sería más que los fenómenos biológicos y psíquicos evidentes para todos.
Claro que quisiéramos pensar que el alma tomista es más que eso, un principio "metafísico", allende la naturaleza y espiritual. Pero las razones del Doctor Angélico, contaminadas con la física aristotélica, no nos ayudan a progresar en una representación más teológica, y menos fisicalista, del alma humana.
Concedamos que los fenómenos vitales y mentales permanezcan últimamente inexplicados, porque no podemos elevarnos a una atalaya que nos ayude a comprenderlos panorámicamente, como quería Ramon Llull. Pero eso no le resta su dimensión inmanente, intracósmica, inapta para trascender la mortalidad y la corruptibilidad natural.
Aún habremos de discutir de la subsistencia e incorruptibilidad del alma, tal como nos las explica Santo Tomás.
El alma, según Tomás, es el primum principium vitae, que se manifiesta en el movimiento [motus] y el conocimiento [cognitio] (1 q.75 a.1). El alma es la vida de los seres animados [animatae], es decir las cosas que decimos que viven: un león, un asno, un hombre. Y lo que distingue el alma del hombre de la de los restantes brutos es que conoce, y por eso se le llama inteligencia [intellectus] o mente [mens] (1 q.75 a.2).
Pasemos por alto la taxonomía tomista, tributaria del estado de la ciencia de su época. Porque no falta hoy quien sostenga que cualquier objeto del cosmos, p.ej. un electrón, o un virus, tiene vida y mente propia en sentido análogo, como protovida o protomente. Si atendemos al alma humana, que se manifiesta en el movimiento vital y en la capacidad mental de conocer, ¿no es acaso sino la vida que estudian los biólogos, o la mente de los psicólogos?
Cuando oímos la palabra alma, nos figuramos imaginativamente una especie de geniecillo, vapor invisible o espectro que habitaría misteriosamente en nuestro interior, como el fantasma de una máquina, the ghost in the machine; y resulta que el alma no sería más que los fenómenos biológicos y psíquicos evidentes para todos.
Claro que quisiéramos pensar que el alma tomista es más que eso, un principio "metafísico", allende la naturaleza y espiritual. Pero las razones del Doctor Angélico, contaminadas con la física aristotélica, no nos ayudan a progresar en una representación más teológica, y menos fisicalista, del alma humana.
Concedamos que los fenómenos vitales y mentales permanezcan últimamente inexplicados, porque no podemos elevarnos a una atalaya que nos ayude a comprenderlos panorámicamente, como quería Ramon Llull. Pero eso no le resta su dimensión inmanente, intracósmica, inapta para trascender la mortalidad y la corruptibilidad natural.
Aún habremos de discutir de la subsistencia e incorruptibilidad del alma, tal como nos las explica Santo Tomás.
Estoy siguiendo, Joaquín, con sumo interés esta serie de entradas. Me parece muy esclarecedora aquella frase de Bergson (y cito de memoria): "el alma pende, no depende, de un cuerpo". Ahora bien, creo que ir más allá es meterse en los terrenos que pertenecen estrictamente a la fe, a cualquier fe.
ResponderEliminarJuan Manuel, esa frase de Bergson es muy oportuna. El alma, cualquier cosa que sea, no puede identificarse con ninguna dimensión natural. Cuando leo los artículos que dedica Stº Tomás al alma, me parece que la identifica con fenómenos que hoy se consideran naturales (vida, mente, consciencia). Aunque todas esas dimensiones, incluído aquello que llamamos "materia" tienen un fondo inexplicado que seguramente trasciende la naturaleza. Creo que el sentido, que no la letra, de Stº Tomás, puede salvarse.
ResponderEliminarEl alma se entiende como "natural" en cuanto que es sustancia del orden natural, creado; en este sentido, hasta el ángel es una "naturaleza" y pertenece a esa esfera de lo natural.
ResponderEliminarEl sobrenatural absoluto sólo es Dios mismo, y lo "sobrenatural" del alma es por suceder en ella la "comunicación" con el trascendente.
El alma racional-intelectiva del hombre está en esa gradación intermedia físico-metafísica/inmanente-trascendente; es sensitiva y es intelectiva, y por efecto de la gracia elevada a lo sobrenatural.
+T.
Terzio, he empleado el término "natural" en un sentido cosmológico, como hoy corrientemente se emplea: naturaleza son las cosas objeto de observación experimental y de las ciencias física (aceptando que la observación no alcance a definir el constituyente último del cosmos).
ResponderEliminarLo que contradice a la naturaleza así entendida no es "natural", y podemos convenir en llamarlo "sobrenatural" porque traspasa la marca o frontera de la naturaleza física.
He querido explicar mi perplejidad de que aquello que sobrevivirá a nuestra muerte, según lo creemos, el alma, Stº Tomás lo identifique con fenómenos que son directamente experimentables por la ciencia (la vida biológica, la mente) y que están sometidos a los mismos avatares del resto de objetos físicos.
Ni el movimiento animal, ni la percepción, ni el raciocinio, ni la consciencia parecen separables del universo físico, y la ciencia los trata como fenómenos observables y experimentables. Si el alma se define por fenómenos naturales, se la está encuadrando como "entidad natural" en el sentido restringido que digo, con la secuela de que debe seguir las leyes del universo físico (mutabilidad, degradación o corrupción).
Armonía Mundi.
ResponderEliminarPero la exclusión de lo sobrenatural en lo natural no está en Stº Tomás, eso vendría mucho después.
Y se excluyó porque se le negó existencia y posibilidad, incluso.
La cosmología clásica y la escolástica conciben la gradación del ser y sus potencias, en la que el alma intelectiva-volitiva del hombre es un culmen que enlaza, precisamente, con el transcendete.
+T.
Interpreto, Terzio, que para entender a Stº Tomás tendríamos que volvernos enteramente escolásticos. Mis provocadoras reflexiones intentan discutir, un poco insolentemente, si algunas proposiciones de Tomás de Aquino pueden cohabitar con nuestra visión actual del cosmos. Aunque los hombres de ciencia de nuestro tiempo acaban por ser o materialistas o místicos, sin medias tintas. Algo hay en nuestra mente (¿en nuestra alma?) que nos impele a redescubrir la "Armonia mundi".
ResponderEliminarStº Tomás no hubiera excluído de su pensamiento a los científicos (estos científicos), pero ellos sí han excluído de su ámbito toda referencia que no se avenga a sus fijaciones, tan demostradamente limitadas.
ResponderEliminarEntiendo que, tal y como deriva nuestra cultura, es una urgencia el diálogo "metafísico" en ese mundo científico.
Los más cerrados, ni se lo plantean; los más avezados, no se atreven. Pero me parece, y cada vez más, una urgente necesidad.
+T.
"La máquina" explica cómo funciona una percepción, pero no qué es una percepción. Si el alma pudiera reducirse a un vector o a una magnitud, la individualidad sería miscible, es decir, capaz de ser mezclada con otras individualidades semejantes, al modo de un trasvase de líquidos. Pero eso jamás sucede.
ResponderEliminarEn la columna izquierda de mi blog existe, entre tantos, un artículo titulado "Refutación leibniziana de Spinoza". Tal vez arroje algo de luz.